VICENTE PÉREZ
Las salinas de La Caleta, en Los Silos, son patrimonio etnográfico del pueblo canario. Se trata de una explotación salinera artesanal, de uso doméstico, en la que las mujeres (es una tradición fundamentalmente femenina) obtienen desde hace siglos sal marina en pequeñas lajas acondicionadas que se han transmitido de generación en generación, hasta la actualidad. Una costumbre que prácticamente se ha perdido ya en Tenerife y en este rincón de la Isla Baja se mantiene como un valioso reducto.
Por ello resulta incomprensible que en uno de los accesos habilitados para disfrutar de estas salinas y charcos naturales, en el punto costero conocido como El Romancito, lo que se encuentre el visitante son escombros vertidos hacia la costa, basura junto al camino, y este a su vez incluso ocupado por una planta foránea que nadie ha podado desde hace mucho tiempo.
Y no es que se trate de un paso peatonal improvisado. No. El visitante acude atraído hasta por tres grandes paneles informativos, dos en una placita y otro junto a un terraplén en la carretera de La Caleta, junto a un restaurante, al final de este popular barrio costero de casas terreras, llaman la atención sobre este ecosistema costero y sus salinas. Los carteles llevan el membrete del Ayuntamiento de Los Silos (que invita a visitar estas salinas en su página web como atractivo turístico https://lossilos.es/las-salinas/ y el Gobierno de Canarias).

El camino es una escalera de cemento que baja desde la carretera hasta el litoral, entre dos edificaciones, por tan desastroso panorama de residuos que caen sobre el malpaís a pocos metros de donde comienza este paisaje tan natural como cultural. Y es que las pequeñas oquedades entre la lava volcánica, a unos 20 metros del mar, algunas han sido habilitadas con arena y cemento para que el agua marina quede retenida y, con su evaporación, obtener la sal.
Las salinas se diseminan en un tramo costero con acceso a charcos, de más de un kilometro, denominados EI Cumplido, Las Damas y El Romancito (el acceso hacia este último es al que se refiere la presente noticia de PLANETA CANARIO). La presencia de las salinas le ha dado nombre a algunos de esos rincones en la toponimia local: Las Lajas de Las Cruces, La Caldera y La Llanada.

La mayor parte de las familias antiguamente poseían lajas de sal que se heredaban de madres a hijas o a nueras. Las familias que no disponían de estas pequeñas salinas podían conseguir el preciado producto ayudando a otra. Algunas mujeres comenzaban de niñas esta labor con sus madres y las realizaban hasta su vejez, con más de 80 años. Un grupo de mujeres, hoy en día ya ayudadas por hombres, todavía mantinen en producción estas salinas.
Todos los años un grupo de ellas arregla las oquedades, a partir de mayo, y esperan a que el sol haga su trabajo.
La sal tradicionalmente se utiliza para condimentar alimentos, conservar el hielo, endulzar la leche, salar la carne, jarear el pescado, con fines medicinales (con vinagre, sana un miembro dañado, alivia el reuma y el dolor de muelas) o con funciones veterinarias.
Este diario ha solicitado (vía email en su web y mensaje en el perfil institucional de Facebook) al Ayuntamiento de Los Silos ofrecer su versión al respecto.



