El sábado 4 de julio de este 2020, que nadie guarde, me llegó la noticia como el filo de un cuchillo que hiere y destroza entrañas porque poco tiempo antes hablé contigo, vía Madrid- Tenerife, de que ibas a empezar la recuperación con corazón nuevo y días por vivir… pero otra vez la vida torció esa amistad que habíamos iniciado a través de la Fundación Canaria Carlos Salvador y Beatriz, el nombre de mis hijos ¡siempre! también, como tú, en esa otra orilla del después del después…
La noticia me la trajo el común amigo guanchero, Juan José Rodríguez, pues él te había traído a mí cuando realizamos un convenio con el Ayuntamiento de La Guancha sobre un estudio sobre el Grupo Juvenil Agrario, una historia más del pasado del pueblo, pero que tuvo mucha incidencia desde el punto de vista educativo, agrícola, ganadero y cultural con dos premios nacionales y un camino abierto para tanta gente que participó en esta idea de caminar hacia adelante en tiempos tan distintos y tan difíciles de explicar con la realidad de hoy.
Nuestra Fundación que lleva el nombre de mis hijos, que se fueron casi con tu edad (ellos: 27 y 25 años y tú 28 años) tiene dos frases para hacer cosas “por los demás”: una es de Nelson Mandela y dice “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo” y otra es del escritor uruguayo Eduardo Galeano y que dice “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo”.
Y con estas ideas arrancamos a trabajar en el proyecto. Contigo participaron Cristina, Hacomar, Jairo y Virginia (un grupo de jóvenes debidamente preparados pues tú, por ejemplo, eras Técnico Superior en Administración y Finanzas, Comercio y Marketing y Asistencia a la Dirección) y que de junio de 2016 a marzo de 2017 recorrieron La Guancha y las localidades cercanas haciendo entrevistas, más de 50, recopilando información y vivencias personales, carteles, fotografías, periódicos, grabando conversaciones de personas que recordaron aquella etapa de una Guancha desconocida y lejana para ustedes, los jóvenes, pero que fue hecho importante en el pasado del pueblo.
Ese fue el primer encuentro de mi relación contigo. Después me hiciste un trabajo formidable: ordenar todo mi archivo periodístico. Yo lo había comenzado con César, el hijo de Idolina, otro joven preparado y entusiasta ahora por las tierras verdes de Irlanda, que ordenó mi etapa primera de joven periodista del semanario “Aire Libre” cuando me convertí en periodista deportivo y más tarde crítico de teatro (no olvido una entrevista con la gran actriz Nuria Espert, yo con pocos años).
Tu trabajo consistió en ordenar y clasificar los periódicos de toda mi larga etapa en El Día, donde fui el creador de las páginas del Norte y del Sur que antes no existían en los diarios isleños y que yo martillé en el yunque de la indiferencia para lograr que la información no fuera solo capitalina, centralismo santacrucero al fin. Fueron muchos años con páginas diarias, con entrevistas, reportajes, semblanzas y búsqueda afanosa de la noticia por toda la isla.
Una labor difícil por la gran cantidad de material, pero que tú, con pulcritud y efectividad, realizabas de forma brillante. Con pocas palabras, cogías la idea y la desarrollabas. Y siempre humilde, callado, preciso, hablando lo necesario y con la cordialidad a punto. Y metódico, colocabas cada cosa en su lugar, sin olvidar un detalle: ojo, lo de César Manrique me lo señalas (ahí está una gran entrevista del periodista tinerfeño, icodense de Buen Paso, Vicente Pérez Luis, actual director del diario digital Planeta Canario), toda lo publicado de La Guancha, el Casino, el teatro, la cultura, el fútbol y el baloncesto, el Instituto, mi vida de maestro, largo capítulo de las Ferías…
Y tú siempre con un trabajo minucioso. Nos reuníamos algunos viernes y echábamos unas cervezas en el Bodegón León y comentábamos algunos detalles, o venías a mi casa de El Calvario o yo iba a tu casa: un día me enseñaste todos los recortes de periódicos, los carteles, los programas de fiestas, de las Ferias, del Casino…y aquello me parecía un crucigrama difícil de hacer. Me quedé tranquilo: “ya verás como todo coge su camino”, me decías. Así fue y ahora me siento orgulloso de mi archivo ordenado y preciso, a la espera de que sea propiedad del pueblo que me vio nacer. Y tú estarás flotando en el recuerdo de la obra bien hecha…
Yo te preguntaba por tu labor de entrenador de fútbol de la cantera del Guancha. Mi informaba por mi sobrino Luciano Alberto de tu trabajo porque incluso entrenabas a su hijo Omar. Y fue surgiendo lo de tu enfermedad: familia de otro inolvidable amigo como Pepe Cañada. Ay, pensé el corazón otra vez: vamos a ser positivos, pero ya estaba mi cabeza llena de interrogantes.
Y después llegó el hospital en Madrid. Te llamé varias veces por teléfono y hablamos. Lo mismo hizo Juan. Me explicabas donde residías y lo bien que iba todo a pesar de que ya estábamos con el COVID caminando. Te dije que teníamos amigos en Madrid (incluso una estimada amiga, médica del Clínico) y que estábamos dispuestos a echar una mano. Lo agradecías y seguías a la espera del trasplante (algo importante para nosotros, pues con mi hija Beatriz no pudo ser, pero de Carlos Salvador se aprovecharon 17 partes de su joven cuerpo). ¡Por fin el 8 de junio llegó tu nuevo corazón y el 9 estaba contigo mi mensaje! El día 13 de junio me respondías con otro mensaje y así te fui enviando mensajes de cariño y estimulo. Me enteré que decías “cuando me vea en La Guancha ¡vuelo!”
No pudo ser, pero ya vuelas entre monte y costa, entre pinos y espumas, corta vida de un guanchero al que se le rompió el corazón, a pesar de que estabas, ¡28 años, qué injusta vida!, empezando a vivir.
Muchos te vamos a recordar. Ya estás, querido José Carlos, en la memoria de muchos …