VICENTE PÉREZ
Cándido Pérez es un vecino de Granadilla de Abona a quien el Cabildo entregó el Premio Tenerife Rural por su labor de recuperación de caminos y otros bienes etnográficos. El nació en una cueva de Las Vegas, un caserío histórico en el tránsito entre medianías y cumbres del sur tinerfeño.
Esas cavidades domésticas aún hoy conserva sus habitaciones, el patio, los hornos, la pila de lava , el aljibe y la vereda que pisaron sus antepasados, transitada por Cándido con una reverencia emocionada por aquella cultura popular de la que es parte y se siente orgulloso, y que ve, con pena, a veces desaparecer en el abandono y el olvido.
Su historia ya la hemos contado en PLANETA CANARIO, pues su sueño es recuperar esas casas cueva y mostrarlas a las nuevas generaciones para que vean cómo vivía la gente humilde del campo antaño, mediante un convenio con alguna administración pública.
Pero Cándido siempre sorprende en las redes sociales con alguna de sus experiencias en el mundo rural. A veces es un canal de agua, otras una cosecha de papas, en ocasiones unas flores a la vera del camino, y a veces una canción, pues le gusta cantar y es solista en grupos de música tradicional de Granadilla.
Hace unos días, cultivando una finca donde tiene de todo (papas, millo, bubangos, calabazas, lechugas…), se puso a descansar sentado en la vereda, y vio ir y venir un pájaro. En el silencio de la cumbre insular, roto acaso por el susurro balsámico alisio entre los pinos entreverados, sintió un casi inaudible piar como de niños
Aguzando el oído, percibió que venía de dentro de unas ramas. Las removió con cuidado, como quien no quisiera despertar a un bebé recién nacido, descubrió un nido de pájaros capirotes.
«Me emocioné, me quedé sin palabras, la naturaleza es algo grandioso, es la vida que sigue adelante», explica cándido a PLANETA CANARIO tras mostrar su vídeo en las redes sociales.
Para él, hombre sensible con los demás seres vivos, en el trasiego de la brega cotidiana recomienda detenerse a contemplar la vida que nos rodea. «Estamos todos siempre con problemas, uno nunca se quita los problemas de encima, pero hay que hacer un alto, disfrutar de cosas maravillosas que tenemos al alcance de una mano, y un nido de pájaros te llega al corazón», afirma este defensor de la cultura en que se crió.
«Hay que escuchar los sonidos de la naturaleza, estamos siempre agobiados y no los escuchamos, yo disfruto en este lugar con los pájaros, que son la alegría del paisaje», recomienda Cándido, que tiene una filosofía de la vida que le ayuda a sentirse en paz en las bonanzas y en las tempestades.
Ni que decir tiene que el nido de capirotes lo cuida con gran celo, pues sabe que los pájaros a veces han sufrido el ataque de los seres humanos, en esos casos inhumanos, pero también de otros animales, con la diferencia de que las personas a veces lo hacen por ruindad y son conscientes de ello, pero los demás depredadores en la naturaleza lo hacen por el instinto de supervivencia y no tienen el prodigio de la conciencia de la libertad de decidir.

Esta curruca, también conocida como curruca capirotada, es una de las 3 subespecies que se distribuyen por España, y la que habita en Canarias es de la subespecie Sylvia atricapilla heineken, que solo se localiza en el sur de la península Ibérica y en este Archipiélago
Se alimenta de insectos, sobre todo durante el periodo reproductor, y frutos (moras, higos, frutos de lentiscos y acebuches…).
Se reproduce entre abril y julio. Pueden poner dos veces en el mismo año, de media entre 4 y 6 huevos por puesta, de color crema y con manchas. Macho y hembra los incuban entre 11 y 12 días. Al nacer, los pollos son alimentados por los padres y, cuando han cumplido de 8 a 14 días de vida, ya son capaces de volar.
«Un día echarán a volar, como pasa con los hijos de uno, pero mientras, son mi regocijo en la finca», concluye Cándido, antes de volver a sus quehaceres en la huerta que cuida como una obra de arte que le da un sustento complementario, porque del campo es muy difícil vivir.