VICENTE PÉREZ
Alfonso Chiscano, el cirujano cardiovascular tinerfeño residente en San Antonio de Texas que impulsó las relaciones actuales entre su tierra natal y esta ciudad de Estados Unidos fundada por canarios, ha fallecido esta semana. El corazón, ese órgano al que le dedicó la vida entera, salvando con sus operaciones a 6.000 personas, se le ha parado a él. Su corazón era muy grande, nunca se olvidó de su Canarias natal y era un hombre muy humanitario. Canarias le concedió su Medalla de Oro en 1999.
Lo entrevisté en 2017, durante una visita a Tenerife, cuando tenía 79 años. Estaba sentado en el hotel Mencey de Santa Cruz de Tenerife y me contó que, como presidente de la Asociación de Amigos de las Islas Canarias y miembro de la Asociación de Descendientes de las Islas Canarias, venía a buscar ayuda económica para hacer un monumento en recuerdo de las 16 familias canarias que fundaron San Antonio de Texas en el primer tercio del siglo XVIII. El conjunto escultórico, denominado The Welcoming (La acogida) y obra del escultor Armando Hinojosa, se inauguró en marzo de este año
Nostálgico de dos orillas, evocó aquel día revelador en el que, con su esposa, una enfermera estadounidense con quien trabajaba en Houston desde principios de los 70, fue a conocer la ciudad de San Antonio… y se encontró en Los Álamos una piedra de molino con una inscripción: “Traída por emigrantes canarios en 1731”. Su voz se quebraba de la emoción cuando lo contaba.

Para Chiscano todo empezó en realidad en los difíciles años 50 de la posguerra española. Quería ser médico. Su padre era radiotelegrafista en el correíllo La Palma, y no tenía dinero para pagarle los estudios. “El Cabildo me dio una pequeña beca de 3.000 pesetas al mes, y gracias a eso me fui con 17 años a Barcelona en 1958, a estudiar; con eso pagué libros, pensión y comida, aunque tuviera agujeros en los zapatos. Aprendí a luchar”, relató en aquella entrevista hace dos años este tinerfeño que admite tener ya el corazón dividido entre ambas orillas.
Llegó a Detroit de la mano de un compañero de estudios en Barcelona, quien le comunicó que había una plaza de cirugía cardiaca libre, y no lo dudó. “Cogí un avión, apenas llevaba 50 dólares, una raqueta de tenis y casi lo puesto; y desde entonces hasta hoy”, rememoraba Chiscano, cuyo gran corazón también le llevó a enamorarse de una enfermera de Michigan con la que ha tenido cuatro hijos y ocho nietos, a los que va trayendo poco a poco a ver su Tenerife natal.
Ingresó en la Universidad de Detroit, donde hizo el internado, siete años de cirugía general, luego cirugía torácica; después, ya fue a Houston, “donde estaba la cirugía cardiaca más avanzada”. Durante décadas contribuyó a mejorar y a prolongar la vida de muchos pacientes: “He operado del corazón a más de 6.000 personas”, afirmaba, con la humildad que caracteriza a las personas verdaderamente brillantes en su profesión.
En su otra patria conoció diversas realidades sociales: “Al principio, en Michigan, vivimos mi esposa y yo el frío y los conflictos raciales, vimos la huelga de 1965 entre blancos y negros; y en el hospital en un mes operábamos más balazos que en la guerra de Vietnam; casi 200 personas al día llegaba a operar de eso. Así que decidimos irnos a San Antonio”.
Sonrió este cirujano cuando le pregunté si ya estaba jubilado: “Los médicos no nos jubilamos en EE.UU., nos morimos con las botas puestas. Sigo en la Escuela de Medicina. La gente se sigue muriendo, y mi mente continúa al servicio del objetivo que siempre me ha movido: ayudar a los demás”.
Admitía que no es la lógica europea, pero se afanaba por explicarlo: “Voy a cumplir 79 y ojalá que Dios me dé cerebro para otros 30, porque no solo es operar, sino ayudar a la Sinfónica, al niño al que le pega la madre, a la persona que necesita tres dólares… Si te paras tú se para toda esa cadena de civilidad. Todo el grupo, toda la sociedad, funciona con la misma filosofía y teoría allí”.

Tenía Chiscano una especial satisfacción profesional en Tenerife, pues en 1986 vino a poner en marcha el servicio de cirugía cardiaca del Hospital Universitario de Canarias. “Estuve un mes y los primeros 20 casos los hicimos entre un famoso cardiólogo ya muerto, Diego de Armas, y un servidor”, recordaba, siempre con ese brillo en los ojos que anuncia una íntima emoción.
Sobre la Canarias actual, animaba a los jóvenes a tener “el ímpetu” que tuvo su generación para salir adelante en momentos duros. “Yo recuerdo ver a mi madre en la antigua recova de Santa Cruz, cuando yo era chiquito, después de la guerra, haciendo cola para comprar un poco de hígado”, evocaba, tirando del hilo de la memoria de su infancia isleña.
Chiscano tiene desde el año 2002 en la capital tinerfeña un busto, en la plaza de San Antonio de Texas, ubicada en la calle de Méndez Núñez, junto al edificio de la sindical.
El Ayuntamiento de Teguise le va a poner una calle a su nombre, en un acto que estaba previsto para octubre, aunque tristemente ya no podrá celebrarse con el homenajeado, que tenía previsto visitar Lanzarote en esas fechas. Cabe recordar que los descendientes de las familias lanzaroteñas que emigraron en 1730 a Texas, visitaron este municipio conejero hace dos años.
Ahora de Chiscano quedará su recuerdo. Su corazón no dejará de latir en la memoria de quienes lo conocieron y admiraron, tanto en su profesión como en su entusiasta defensa del patrimonio cultural de los isleños que fundaron, cruzando el inmenso Atlántico, San Antonio de Texas. Descanse en paz.