El mundo en el que habitamos se ha regido por normas que los llamados seres humanos han decidido establecer para una mejor convivencia. Muchas de ellas, anhelo de esos seres dotados del espíritu capaz de cambiar la oscuridad, y el hedor que produce el hueco del que no tiene alma. Estos cambios se han conseguido gracias a la lucha incansable de los que buscan la verdad, y la historia está llena de ejemplos: la esclavitud, el maltrato, la sumisión, etc.
Nuestra sociedad siempre en proceso de cambio ha descubierto ese sentimiento de justicia e igualdad con el resto de seres que habitan la tierra. El sentimiento animalista avanza con fuerza, hace unos años los logros que se han obtenido en la lucha incansable por los derechos de los animales hubieran parecido una quimera. No obstante la realidad y la historia nos enseña que estamos ante una guerra sin cuartel contra los que, como antes cité, desprenden el hedor del mal.
Timple era uno más, era uno de nosotros, sí, de nosotros; es un ser vivo, igual que cualquiera de los demás. Aunque la ira nos comprima el corazón, tenemos que ser conscientes de que poco vamos a conseguir si no estamos unidos, con un camino claro que debemos seguir y una meta definida. La sociedad animalista se alza contra esta escoria humana, pero no podemos quedarnos en unos insultos en las redes.
Debemos, como ya se está haciendo, pedir justicia, tenemos que conseguir que las leyes cambien. La presión social tiene que ser palpable para que este mundo avance, ya que actualmente las penas contra el maltrato animal son ridículas. Solo nosotros podemos hacer que la escoria retroceda, se esconda y huya.
Al final conseguiremos que los que aspiren a gobernar nuestra sociedad se den cuenta de que aquí cabemos todos… incluso nuestro amigo TIMPLE. Él ha sido uno más de los cientos de animales torturados ante la fría mirada del que disfruta ante el dolor. No podemos ser cómplices de estos actos criminales presenciados por los más jóvenes. La crueldad hacia los animales es fácil de imitar, desde la infancia se logra interesar a muchos menores con prácticas en las que se utiliza el maltrato como forma de entretenimiento, de esta manera la empatía comienza a desaparecer dejando lugar al placer de ver sufrir.
“Los actos de brutalidad tienen un efecto brutalizador sobre los participantes y lleva a más brutalidad” (Fromn, 1984). Es difícil que una persona que ha presenciado y participado en actos crueles hacia los animales sea capaz de aprender a apreciar el respeto por la vida. Estudios como el de Kellert y Felthous en EEUU (1985), examinaron la relación que existe ante la crueldad animal y el comportamiento agresivo entre los criminales en la adultez.
Nuestro Código Penal se muestra tibio e indulgente con los torturadores y ciertamente el aspecto retributivo de la pena queda en entredicho.
«Mientras los hombres sigan masacrando a sus hermanos los animales, reinará en la tierra la guerra y el sufrimiento y se matarán unos a otros, pues aquel que siembra el dolor y la muerte no podrá cosechar ni la alegría, ni la paz, ni el amor» ( Pitágoras de Samos, nacido en el 582 a.C).
FERNANDO MARTÍN ACOSTA,
educador de prisiones.