Sacrificio. La interrupción de la actividad en el interior de bares y restaurantes, la limitación de aforos en el comercio y de movimiento generan miles de damnificados. Sin turistas y con un importante porcentaje de la población encerrado en casa, con menos consumo, se para la rueda. Empresarios de la restauración que no tienen terraza condenados a la quiebra porque en espacios cerrados hay pruebas fehacientes de que el contacto sin mascarilla facilita el contagio y para comer tienes que quitártela. Sus trabajadores al paro o al ERTE, drama por partida doble. Restricciones por causa de fuerza mayor -porque muere gente, procede repetirlo-, porque si no mantenemos presente la justificación todo este sacrificio pierde sentido: gente muere o sufre graves secuelas. Pero subyace otra cuestión importante ¿por qué cerrar restaurantes y no se impide viajar en guagua que la peña va mucho más apiñada?, ¿se asume un riesgo con las actividades declaradas esenciales?
Culpables. Mascarillas no, afirmaban durante los primeros meses, bastaba el distanciamiento y la higiene, ¿porque no había mascarillas para todos?, porque se transmitía por gotitas de saliva, decían, hasta que se confirmó que no, que el virus viaja por el aire. ¿Nos mintieron o es que no tenían ni idea?, ¿quien dijo “mascarillas no” y después dijo “mascarillas sí” debe dimitir?, ¿eso es mentir?, ¿reconforta que el responsable de proponer acciones de control de la pandemia acepte su error y abandone su puesto?, ¿es un error? Son solo preguntas, que cada uno dé sus propias respuestas, yo no sabría qué responder. En todo dilema cabe plantearse cuáles podrían haber sido las opciones si es que hubo: ¿recomendar/obligar al uso de la mascarilla desde el minuto uno?, ¿aunque no estaban disponibles?, ¿qué hubiera pasado?: me obligan a llevar mascarilla pero no tengo donde comprarla, me informan de que un pañuelo no vale, que debe ser una tela especial, ¿no salgo?, ¿salgo sin ella pero tengo más cuidado?, ¿se hubieran agotado las de uso quirúrgico necesarias en el sistema sanitario?, ¿habría habido mercado negro?, ¿hubiera habido menor incidencia? Ni idea.
Realidad. Lo cierto es que en Canarias -ya con mascarillas disponibles sin restricción- la segunda ola tiene mayor incidencia que la primera, más muertos y más contagiados. No era eso. Lo cierto también es que las restricciones para viajar impuestas en los países de origen de nuestro turismo, Alemania y Reino Unido principalmente, nos condenan, no solo al sector sino al conjunto de la sociedad. Hoteles en venta, no es de extrañar, cobarde el capital que huye en busca de inversión con menor incertidumbre. Y cientos de miles de personas con sus empleos en el aire. O vuelve el turismo o nos espera desesperación, más miseria y emigración masiva. No exagero.
Deseo. La vacuna supondrá el principio del fin. Aunque tendrán que darse mucha más prisa en fabricarla y administrarla, a falta de concluir los ensayos de los otros laboratorios. Hay esperanza, inmunizar los grupos de riesgo permitirá acercarnos a una vida más normal. Y bajar la incidencia permitirá viajar. Y se supone que está todo preparado para alcanzar velocidad de crucero en pocos meses: aviones repostados, hoteles limpios con todas las medidas de control dispuestas y turistas ansiosos por disfrutar de unas vacaciones.