PLANETA CANARIO
El abuelo de Pedro Rodríguez, un vecino de Tazacorte, trabajó en Cuba 20 años y a su regreso a La Palma se compró unos terrenos que convirtió en finca agrícola y que luego dejaría en herencia sus cinco hijos. Su padre también emigró a las Antillas y a su regreso igualmente destinó lo ganado en ultramar a la agricultura. La platanera fue el sustento de toda la familia.
Por eso, este hombre que vive en el barrio de Marina, se lamenta ahora de que la carretera de la costa, tramitada por procedimiento de emergencia por el Gobierno canario y financiada por el Gobierno estatal con 40 millones de euros, atraviese sus plataneras.
Pedro forma parte de la plataforma de afectados que se opone a esta vía, que conectará Tazacorte con el sur del valle de Aridane y cuyo trámite urgente se ha justificado por la necesidad de restablecer las comunicaciones tras la catastrófica erupción volcánica.
Sin embargo, Pedro es de los que no está convencido de esta infraestructura, y más existiendo ya una vía abierta entre La Laguna y Las Norias.
«Por medio de nuestras fincas no veo que sea forma de hacer una obra de este tipo, que no es necesaria y nosotros hemos propuesto otras alternativas», comenta, junto a otras personas afectadas, en la plaza de Marina, mientras el sol del atardecer va tiñéndole de arrebol la piel
Recuerda cómo su progenitor también emigró a Cuba, y trajo dinero, echó tierra sobre coladas de lava antiguas y plantó plataneras: «Mi padre era agricultor del plátano, le dio estudios a mis dos hermanos pero yo siempre lo que quise fue trabajar la finca y de eso he vivido».
Pero el relevo generacional es complicado, y al preguntarle si sus hijos continuarán este oficio, sonríe, y hace el ademán de que cree que no, lo que no implica que no valoren la tierra.
El dinero que le puedan dar por la expropiación no le despierta ningún interés: «No me servirá para nada, porque ese dinero ¿dónde lo vas a emplear?», pregunta Pedro, con un gesto de enfado.
Sabe que no es precisamente un hombre poderoso, pero confía en que el poder se lo den las ganas de luchar del vecindario afectado y las miles de personas que lo apoyan con sus firmas: «Es una alegría que la gente colabore con nosotros para que este destrozo no se produzca».
A la pregunta de si cree que las carreteras ayudan a traer el progreso a una comarca, este hombre palmero no duda en la respuesta, que articula con la certidumbre de respirar: «La carretera es el progreso para algunos, para nosotros son y han sido las plataneras».
Además, cree que destruir cultivos en producción y enverdecedores del paisaje con grandes obras públicas de este tipo no es bueno para La Palma por la escasez de suelo, y ahora más por la erupción volcánica, que ha cubierto de lava 12 kilómetros cuadrados en el valle de Aridane: «Tenerife o Gran Canaria son islas diferentes, grandes, pero aquí estas obras no son buena, porque esto es una mini isla».
La erupción volcánica arrasó 225 hectáreas de plataneras, el cultivo que es el motor de la economía insular. A pesar de que el Gobierno canario ha asegurado que va a ayudar a reconstruirlas sobre la lava, este agricultor ve «muy difícil que se puedan recuperar, y si ocurre pasarán muchos años».
Hablar de este tema le hace viajar al pasado con la memoria: «Nuestras plataneras se hicieron sobre el volcán, mi padre roturó un malpaís y echó la tierra; lo cual fue un esfuerzo muy grande en aquella época». Y apunta un detalle: «Por entonces los trabajadores cobraban 7 duros y medio al día».
Pero hoy en día no ve claro que se pueda hacer lo mismo, porque además «ahora no hay tierra; en aquella época se traía de la calle Doctor Fleming en Los Llanos de Aridane».
Al mirar al mar de plátanos que rodea el barrio de Marina, Pedro se lleva las manos a la cabeza: «Nunca imaginé que una autovía fuese a pasar por mi finca y por eso me he unido a esta plataforma contra el trazado por esta zona».
Mientras, el sol continúa descendiendo hacia el ocaso, como si fuera a enrolarse en una embarcación sobre el horizonte rumbo a allende el Atlántico. Eso le hizo rememorar a Pedro el largo viaje de sus antepasados con la proa hacia una lejana América: «Mi abuelo se fue a Cuba en un barco de vela, porque no había otro medio de transporte y cuando llego allí dijo que no se vendría a Canarias hasta que hubiese otro medio de transporte más rápido y seguro; y tardo en volver 20 años en regresar; y finalmente nos dejó toda esa finca de la que yo he vivido toda la vida».