VICENTE PÉREZ
La industria tradicional de la sal marina aún se mantiene en Canarias, pero como vestigio de lo que fuera en el pasado.
En la historia de la humanidad tan importante fue este recurso que dio origen a la palabra «salario», porque en la antigua Roma se llegó a remunerar así a funcionarios.
En Fuerteventura las únicas en explotación son la salinas del Carmen (en el municipio de Antigua), que están declaradas Bien de Interés Cultural (BIC).

Allí trabaja como salinero Juan Manuel Rodríguez Lemes, quien confiesa su implicación emocional en este trabajo porque su propia infancia, en Lanzarote, transcurrió junto a unas salinas, que para él eran su lugar de juego.
Es el protagonista de un vídeo documental del Programa Enseñas Patrimonio, promovido por la Dirección General de Cultura y Patrimonio Cultural del Gobierno canario.
El vídeo puede verse completo en el canal de Youtube de este programa:
Afirma que le emociona el contacto con el mar, el entorno «espectacular» en que desarrolla su labor y «y también la oportunidad de ayudar a sostener lo que es un patrimonio cultural».
Para él no solo es un oficio, sino un vínculo personal con su propia historia. Criado en Lanzarote, creció rodeado de un paisaje salinero que fue también su lugar de juegos infantiles.

Reconoce que siente su trabajo como «gratificante», por el entorno natural donde se ubican las salinas, sino también por la oportunidad de preservar un patrimonio cultural que data de finales del siglo XVIII.
Además, estas salinas son visitables como parte del Museo de la Sal, por lo que Juan Manuel interactúa con los visitantes, a quienes de un modo didáctico y siempre con su natural amabilidad les explica cómo es el proceso y responde a sus preguntas.
«Fueron propiedad de Manuel Velázquez Cabrera, que amplió en 1904 las salinas hasta su configuración actual», explica Juan Manuel en el documental del Programa Enseñas, que también puede verse en Instagram:
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El método de producción en las Salinas del Carmen es completamente artesanal y depende del ciclo natural de las mareas.
Según detalla este salinero, el agua del mar entra de manera natural a los cocederos, donde permanece el tiempo necesario para que su salinidad aumente de 3,5 a 25 grados, el punto en el que comienza la cristalización.

«Para conseguir un kilo de sal, se manipulan 50 litros de agua», apunta el salinero. «Ya no se vende la misma cantidad de sal», por lo que lo que se busca es la calidad y el procedimiento ecológico como marchamo.
Así, en esta industria majorera la sal recoge en tres fases distintas, desde la delicada flor de sal hasta la sal gruesa, y todo el proceso es manual, sin maquinaria.

La selección se realiza «visual y texturalmente», asegura Juan Manuel, quien realiza todo el proceso, incluyendo el envasado.
Aunque no es dueño de las salinas, sino trabajador de la empresa PROSUR SL, que gestiona el museo y la explotación de la sal por adjudicación del Cabildo de Fuerteventura, Juan Manuel está comprometido con mantener vivo este legado cultural que sigue cristalizando, día a día, en cada grano de sal.
La entrevista completa puede verse igualmente en Facebook:
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