VICENTE PÉREZ
Jamás pensó Antonia Vico que de su Granada natal iba a vivir en una isla canaria rodeada de plataneras. Esta maestra hoy ya jubilada vino a La Palma a dar clase y se quedó para siempre. Lleva en la Isla Bonita 40 años. Se casó un palmero, Pedro Rodríguez, con quien ahora lucha desde la Plataforma de Afectados por la Carretera de la Costa para que el Gobierno canario cambie el trazado que destruiría la platanera familiar.
Viven en Los Llanos, pero la finca agraria que peligra por esta obra pública se encuentra en Tazacorte, en la Marina. «El abuelo de mi marido estuvo 20 años en Cuba trabajando y con el dinero que trajo compró el terreno, y mi suegro estuvo en Cuba, y a la vuelta arregló ese terreno y plantó plataneras», explica Antonia, que no ha perdido el acento granadino, acaso contagiado ya de la musicalidad del deje palmero.
Antonio no sabía nada de plataneras cuando hace cuatro décadas llegó a La Palma. Pero compartir su vida y sus sentimientos con Pedro le ha enseñado el valor económico, histórico y sentimental de este cultivo para la población palmera. Lo explica de una manera muy gráfica: «Para este valle las plataneras son como la Alhambra para Granada, son nuestro monumento; si en mi ciudad natal a alguien se le ocurre pasar una carretera por medio de la Alhambra, la gente se levantaría entera en contra». Con el paso de los años, apunta, «ya estoy familiarizada con todo el vocabulario de la agricultura de aquí».
Los afectados por este proyecto de carretera, cuya financiación se estima en unos 40 millones aportados por el Estado, no pensaban que tras la catástrofe del volcán iba a tocarles este otro contratiempo: «La erupción volcánica», se queja Antonia, «ha ocasionado un sufrimiento muy grande y ahora estamos sufriendo por esta carretera, que no me parece justificada». «Mi marido y yo hemos sufrido mucho desde empezó a decir que iban a hacer la carretera de la costa; al principio por la incertidumbre de si iba a pasar por nuestra finca o no, pero al final nos pasa», se lamenta, sentada al sol de la tarde en la plaza del barrio de Marina.
Preguntada si la construcción de carreteras es un signo de progreso porque mejoran las comunicaciones en el valle de Aridane tras la erupción, disiente con un gesto explícito: «Aunque la economía busque otros derroteros, se tiene que tener como complemento el otro medio que quieren imponer, el turismo, y la agricultura como ingreso principal porque los plátanos han dado mucho dinero y, si Dios quiere cuando la isla se recupere del volcán, van a a seguir dando dinero».
El hecho de que ahora se plantee construir de nuevo las huertas sobre el encrespado paisaje de lava le hace recordar que cuando llegó a La Palma, hace cuatro década, le llamó la atención lo que su suegra le explicaba sobre cómo se crearon los hoy fértiles campos de cultivo del valle palmero. «Ella me contaba cómo todo lo habían roturado, porque todo era malpaís, se trabajó a pico y pala, y no había los medios que hay hoy mecánicos; se traía la tierra de Los Llanos, de la calle doctor Fleming; y trabajaban personas que habían venido de Lanzarote, porque allí no había trabajo», evoca Antonia. «Mi suegra me contaba que las paredes se hicieron a mano, con mucho trabajo y muy duro» apostilla, con la mirada perdida por un instante en los recovecos invisibles de la mente cuando hurga en el pasado, mientras el atardecer va arrebolando las nubes sobre el valle de Aridane.

Antonio explica que «todas las familias le han dado estudios a los hijos con lo que han obtenido de las plataneras, han ampliado el patrimonio y se ha vivido bien», por lo que no cree que una carretera añada riqueza, sino al contrario, pues ya existe una vía que comunica el norte y el sur de valle entre La Laguna y Las Norias, a través de las coladas de lava aún calientes de la erupción de Cumbre Vieja, que terminó el 13 de diciembre.
Esta maestra confiesa que está «alucinada» por cómo quienes trazan las carreteras obvian la importancia de las propiedades afectadas para la economía familiar y de la isla. «MI hijo no va a vivir de los plátanos pero quiere conservar la finca; mi marido está jubilado pero es raro el día que no va a dar una vuelta a la platanera, donde tenemos personas trabajando, y también al almacén para ver cómo han clasificado el plátano; yo lo estoy pasando muy mal», cuenta Antonia, sentada en la plaza la Marina con otras personas afectadas por este proyecto.
Si ella aún estuviera dando clase a escolares, tiene claro que su mensaje sería que «el progreso no debe impedir que conservemos nuestra tierra, pues hay que amar nuestra tierra y nuestra forma de vida». «Que amen su tierra y el cultivo del plátano», les diría.
La entrevista se acaba con estas palabras, porque Antonia no pudo aguantar la emoción y en este punto su voz se entrecortó y derramó una lágrima. Y es que, pese a haber nacido y vivido en Granada parte de su vida, su corazón está dividido entre la tierra de la Alhambra y la Isla Bonita, por lo que siente La Palma, y la platanera familiar, como si desde niña hubiera correteado por el valle de Aridane.