PABLO ZURITA
La sombra de 2023 se cierne sobre nosotros. En unos pocos meses lo atrapará todo. En nuestro país la vida política gira en torno a cada cita electoral. Intentar salir elegido se convierte en prioridad estratégica. Codazos para salir en la foto, para estar, para que quienes mandan en cada partido tengan a bien contar contigo. Liderar, a pretender liderar, se atreven muy pocos, siempre con extrema cautela, porque sacar la cabeza tiene peligro.
La obligación constitucional de funcionar democráticamente los partidos la cumplen de aquella manera (aquellos que lo intentan). Por supervivencia procuran consensuar hasta el extremo para evitar primarias, que las carga el diablo, que desactive el enfrentamiento fratricida no siempre dialéctico. Sin vencedores ni vencidos. Eso se entiende, porque la verdadera lucha ocurre más adelante en los colegios electorales.
En esto de la política es muy fácil confundir el objetivo que uno persigue –salir elegido–, con el propósito de gobernar, que para eso se presentan los candidatos de una lista: para gobernar. Salir elegido te permite gobernar o ejercer la oposición en caso de no conseguir incorporarte a una mayoría. Ser elegido, por tanto, no es un fin en sí mismo, como vemos.
Podría ser que determinado candidato tenga tal prestigio personal y profesional que no le haga falta explicar la estrategia que va a poner en marcha si resultara elegido con apoyo suficiente, el elector daría por hecho que su mera presencia en una lista es garantía de éxito bastante; para desgracia nuestra no abundan las opciones de este tipo. Por lo general conviene explicar el propósito que persigue cada partido, en cada ámbito donde se presenta, propuestas para mejorar la vida de los ciudadanos a los que pretende gobernar.
Perdón, vaya error. El ejercicio de la política no es gobernar a las personas que gozamos de amplias garantías constitucionales para el libre albedrío. Conviene aclarar que unos cargos electos gobiernan las entidades locales y otros aprueban las leyes y eligen a los que gobiernan el resto de administraciones públicas. Y hablamos estrictamente de gobernar porque lo público lo gestionan los funcionarios,4o que para eso están.
Las consecuencias de la acción política son las que influyen en el bienestar de los individuos y del conjunto de la sociedad. Pedir un plan realista a corto y medio plazo a quienes quieren ser elegidos tiene toda la lógica del mundo.
Estarás pensando que en política hay mucha gente y que no todos pueden ponerse a reflexionar sobre estas cuestiones tan trascendentes, que sería un ejercicio muy complejo y que para eso están los partidos y su comisión de programa, y que el propósito político, en su caso, debe ser una propuesta a exigir al líder de cada candidatura. Bravo, así lo entiendo yo también. Tener un propósito válido –siempre para la ciudadanía–, explicarlo y diseñar una estrategia para alcanzarlo, son lo mínimo indispensable para levantar la mano en la sede local, insular o regional de tu partido.
De acuerdo, me dirás, pero ni el propósito general planteado para gobernar una comunidad autónoma, por ejemplo, ni la estrategia desarrollada en un programa electoral o en un pacto de gobierno, pueden tener el detalle para dar respuesta a temas concretos o situaciones sobrevenidas. Efectivamente, por eso la configuración de las listas y acertar con los perfiles elegidos para cargos públicos tiene tantísima relevancia, además de invertir tiempo para que todos interioricen y compartan ese propósito general, guía para el análisis estratégico. Las pequeñas decisiones corresponden a cada responsable, claro, mediante escucha activa al equipo interno y a los operadores privados del sector implicado. No falla: propósito válido, decisión correcta.