TEXTO: VICENTE PÉREZ / FOTOS: LUISA STINGA
Las palmeras en Haría parecen mujeres que el viento desmelena. Es inevitable hacer poesía de un pueblo del norte de Lanzarote donde el tiempo pudo haberse detenido, pero lo rescató del olvido y la parálisis, como a toda la Isla, César Manrique, del que se conmemora este año el centenario de su nacimiento. Allí tiene el inolvidable artista una casa llena de palmeras, hoy convertida en museo. Cuando se podan, las ramas se las solía llevar a su taller un vecino artesano, Eulogio Concepción, el último cestero de Lanzarote. Con él ha hablado PLANETA CANARIO.
«He batallado para que no se pierda el oficio, y he enseñado a jóvenes, pero mi problema ahora es que no tengo material para trabajar, porque ya no dejan podar las palmeras sino a trabajadores encargados de eso, por cosa de las plagas de palomilla; y tampoco me dejan traer hojas de otros municipios», se lamenta este hombre de manos curtidas por la brega con el pírgano, como se llama a la parte más delgada del tallo de la hoja de palma.
Nacido en Güímar, al sur de Tenerife, 1933, pronto sus padres emigraron a Lanzarote y allí echó él sus raíces, con el arraigo con que se aferran las palmeras al suelo sediento de los volcanes. Tenía de vecino a César Manrique y evoca que al artista «no le gustaba que le cortaran mucho las palmeras, se puso medio mosqueado por que yo quería que sacaran los palmitos».
«Entonces un día mandó a que le hiciera cestos de palmitos blancos para llevar a El Almacén, en Arrecifre, y a la persona que él envió a hacer el encargo le dije bien clarito que para César no había cestos de palmitos blancos», evoca Eulogio, convertido aquel episodio ya en una anécdota.
«Hablé con César bastante rato y nos reconciliamos»
Las paces las hicieron tiempo después en una feria de artesanía en Tenerife, donde ambos coincidieron, cree recordar que en La Guancha: «Lo ví enseñándole mi trabajo a un gobernante, al que le decía que el artesano que había hecho aquellos cestos era muy bueno y vivía por encima de su casa». Al acabar la feria, «hablé con César, bastante rato». Y se reconciliaron.
Como todas las muertes que llegan de repente, la de aquel canario universal sorprendió a todo el mundo. «El día que tuvo el accidente en Guatiza y lo vi dos horas antes, yo iba a trabajar al taller y le dije adiós a las 9 y media», recuerda Eulogio, quien observa cómo todos los turistas que van a ver la casa museo del inolvidable artista pasan delante de la vivienda de nuestro entrevistado.
A este artesano ahora le hacen homenajes en Haría como a César, porque ambos, en el fondo, son artistas: «Yo tuve poca escuela», relata, «pero siempre le he puesto interés a mi trabajo, y nunca he mirado la hora, se me pasan los días haciendo cestos».
Sabe que es el último que conserva su oficio en Lanzarote, y por eso hace años que se desvive por transmitir sus conocimientos. Ha dado un curso a algunos alumnos de entre 30 y 40 años, pero ya no podían seguir acudiendo a sus clases, y ahora espera poder continuarlo el próximo verano: «Había un joven de Guatiza que ya se amañaba un poco; otro que trabaja en el Ayuntamiento de Tías, y que quiere recuperar los trabajos con junto; también un francés de Teguise, que trabaja de guía; y de Haría tenía un alumno. Ninguno se va a dedicar a este oficio, pero al menos que lo sepan hacer para el día que una falte, no se pierda».
La escultura de sí mismo
Por todo ese empeño en defensa de la artesanía y por tantos años de buen hacer, a Eulogio el Ayuntamiento le ha erigido una escultura en su pueblo. A nuestro artesano verse una réplica de sí mismo en bronce le emociona, aunque no es amigo de lisonjas, porque es persona humilde. La obra, del escultor Rafael Gómez González, está ubicada frente al taller de artesanía del municipio.
En el homenaje estuvo el consejero de Cultura del Gobierno canario, Isaac Castellano, y el alcalde, Marci Acuña. Y aunque Eulogio no es muy dado a hablar de política, sí ha conocido a los principales mandatarios de Canarias: «Yo a los presidentes del Gobierno los conozco a todos: Jerónimo Saavedra, a Adán Martín (estuvo en la fiesta de Los Dolores y el hombre, que el pobre estaba ya listo, me saludó), Lorenzo Olarte, Manuel Hermoso, Paulino Rivero (que pasó por el estand en una feria y se quedó hablando conmigo), y Fernando Clavijo, aunque hace años que no he hablado con él».
En la conversación telefónica con PLANETA CANARIO, mientras la fotógrafa autora de las imágenes de esta entrevista lo retrataba, Eulogio repite varias veces su reivindicación de que necesita ayuda para que le provean de material de palma para poder seguir haciendo sus cestos: «Yo solo quiero que me traigan el pírgano, al menos cada cierto tiempo. Veo dejadez porque si el Ayuntamiento de Haría no me lo puede traer, pues de otros ayuntamientos sí podrían, o el Cabildo de Lanzarote, porque como soy yo solo en este oficio y sin material no puedo hacer los encargos».
«Seguiré batallando por que no se pierda el oficio»
En Haría, Eulogio es feliz. Su espacio vital es el de los volcanes negros de los que los conejeros supieron en tiempos difíciles extraer su sustento de una manera que podría considerarse milagrosa, si no fuera porque el prodigio divino era en realidad el del esfuerzo físico y la fortaleza mental de sus campesinos.
Allí los turistas encuentran un paraíso de cráteres negros y casas blancas típicas -las que tanto defendió César Manrique- pero sobre todo a personas que, como Eulogio, dan sentido al paisaje. Porque la verdadera lava de Lanzarote es la piel curtida de sus ancianos, artífices de la cultura popular que surgió, como un oasis, en los duros malpaíses. «Yo voy a seguir batallando por que mi oficio no se pierda cuando yo falte», remacha, con una sonrisa agradecida, mientras da los últimos retoques a un nuevo cesto, como quien acaba de criar a un hijo que pronto se irá de la casa paterna.