VICENTE PÉREZ
Hijo, nieto y tataranieto de agricultores, por las venas del palmero Elías Navarro Rodríguez corre savia de platanera. Con este cultivo sus padres le dieron estudios, se pudo licenciar en Derecho por la Universidad Complutense y ahora prepara las oposiciones para juez.
A sus 30 años, se ha puesto al frente de la Plataforma de Afectados por la Carretera de la Costa a través del valle de Aridane, un proyecto que el Gobierno de Canarias tramita como obra de emergencia y que en la zona de Tazacorte se ha encontrado con el rechazo vecinal a que se destrocen fincas de plátanos, el motor económico del municipio.
«Somos una veintena de afectados entre el barrio de Marina Y el de Las Cuevas, a una media de 4 celemines por familia, es decir, pequeñas propiedades en comparación con las grandes fincas que no se ha querido tocar en una cota más baja que la nuestra», explica Navarro, durante un recorrido por el mar de plataneras que el proyecto de esta futura vía pretende atravesar, causando un destrozo añadido al que ya ha hecho la erupción volcánica que sacudió, como un castigo bíblico, este valle, arrasando 360 hectáreas de cultivos, la mayor parte plataneras, convertidas ahora en un inmenso, oscuro malpaís, que en total abarca 12 kilómetros cuadrados.
«Me duelen estas plataneras como si fueran parte de mi»
Docto en leyes, este abogado nombra pocas durante la entrevista. La defensa de las plataneras amenazas de muerte la hace sin necesidad de un discurso jurídico. «Yo soy agricultor, presumo de serlo porque desde los 13 años ayudaba a mi padre, y mis dos abuelos también fuero agricultores, y dos de mis bisabuelos; los plátanos permiten comprar casas y pagar carreras universitarias en La Palma; gracias a este cultivo yo estudié Derecho; así que me duelen estas plataneras como si me quitasen una parte de mi; hay que defenderlas siempre, pues llevan con nosotros generaciones y generaciones y han contribuido al progreso de este isla de forma significativa».
Mientras habla, cae el atardecer sobre Tazacorte, y el mar de plataneras se va arrebolando poco a poco, con esos atardeceres imponentes de Aridane. Navarro señala con las manos, casi como acariciándolas, las fincas agrarias que atravesará la carretera proyectada por el Gobierno canario, y que el Gobierno estatal financiará, unos 40 millones de euros.
«Sobre el papel», señala, «la habrán trazado para que tenga menos curvas, pero la realidad es que sobre el terreno la afección en esta zona sería un disparate, pues se trata de fincas de poco tamaño, rectangulares, dispuestas en bancales, y hay desniveles que obligarán a construir taludes grades, por lo que el destrozo para los propietarios los dejaría sin terrenos aprovechables para seguir cultivando plátanos, y acabarían pidiendo la expropiación completa acogiéndose a la legislación».
Hasta 6 alternativas al trazado propone la plataforma
La plataforma de afectados ha reunido miles de firmas en papel y por internet, y ha planteado hasta seis alternativas de trazado para el tramo que les afecta, aunque a día de hoy consideran el propio trámite de emergencia para esta vía como muy cuestionable porque ya existe una carretera abierta desde hace semanas que permite conectar el norte y el sur de las coladas.
El Gobierno canario se ha granjeado el apoyo del Cabildo palmero y los ayuntamientos del Valle al proyecto, pero no así de la población. Al menos eso es lo que lo que indican decenas de miles de firmas que apoyan a la plataforma, surgida en unos barrios donde no viven en torno 800 habitantes.
Los afectados han expuesto sus alternativas a los grupos del Parlamento canario, que se han mostrado receptivos al menos a una de las opciones planteadas por la plataforma, que esta semana se reunirá con el consejero de Obras Públicas, el socialista Sebastián Franquis.
Propietarios grandes versus propietarios chicos
Uno de los partidos que forman parte del Gobierno canario, Podemos, no ha dudado en afirmar que el trazado por la zona de Marina y San Borondón no responde al interés general, sino «pensando en ver de qué manera no afecta a tres grandes propietarios”, a quienes «se protege», mientras que» se les arrebata su estilo y su medio de vida a pequeños propietarios y familias trabajadoras».
Al ser preguntado al respecto, Navarro se limita a corroborar, planos del catastro en mano, que la estructura de la propiedad es la que es, y la realidad es que la vía se ha trazado por donde está más atomizada, y donde daña a más familias, y de un modo más grave, pues lo que les quedaría aprovechable para cultivar sería poco espacio.
«No vamos a aceptar destruir nuestra idiosincrasia por una carretera injustificada»
En este momento de la conversación se acera a uno de los bancales, de resistentes paredes de negra piedra volcánica construidas a mano, y señala hacia una platanera junto a los murallones de un gran embalse de antigua construcción. «Todo esto quedará arrasado por una carretera; no se justifica por nada destruirlo: tiene un valor sentimental, pero también paisajístico y etnográfico», comenta con una inflexión en la voz, porque durante la entrevista le salen al encuentro recuerdos de infancia y adolescencia en ese mar de plataneras. La perspectiva de que las palas arramblen con ese paisaje construido a mano y laborado pacientemente durante generaciones angustia a la veintena de familias afectadas.
Y es entonces cuando llega la pregunta de si el dinero que puedan percibir no les puede compensar de esa pérdida, habida cuenta de que en el valle hay otras plataneras que han desaparecido para construir grandes carreteras, como la de la circunvalación al casco urbano de Tazacorte. Navarro responde con vehemencia, como si la respuesta fuera el estallido de un volcán surgido de lo más profundo de un ser humano: «Estas plataneras no tienen precio, no se pagan con nada; no hay dinero en el mundo que compense destruir lo que nuestros abuelos han hecho con sus manos; nada nos convencerá de que aceptemos destruir nuestra idiosincrasia y forma de vida».
La «falacia de la platanera rota»
Con el sol cada vez más cercano al horizonte, al punto que ya deslumbra la mirada, Navarro vuelve a indicar por dónde pasará la carretera entre dos casas y guarda un par de elocuentes segundos de silencio tras ser preguntado qué les diría a quienes piensan que este sacrificio de plataneras es necesario por el bien común para la mejora de las comunicaciones: «Ese es un concepto muy subjetivo, sobre el que cada uno tiene su opinión, pero estoy seguro de que si la legislación permitiera a la Justicia tener en cuenta el valor patrimonial y sentimental de un lugar, seguramente en este caso, entre otros criterios, este sería uno para fallar a favor de los afectados».
Unida a esta reflexión, invoca la falacia de la ventana rota, propuesta por el economista y legislador francés Frédéric Bastiat, teórico del liberalismo fallecido a mediados del siglo XIX, en un célebre ensayo sobre los costes escondidos, hoy más conocidos como costes de oportunidad.
Bastiat pone el ejemplo de un niño que rompe el cristal de un comercio. Al principio, todo el mundo simpatiza con el comerciante, pero pronto empiezan a sugerir que el cristal roto beneficia al cristalero, que comprará pan con ese beneficio, beneficiando al panadero, quien comprará zapatos, beneficiando al zapatero, etc. Finalmente, los testigos de la rotura concluyen que el niño no es culpable de vandalismo, sino que ha hecho un favor a la sociedad, creando beneficio para toda la industria. La falacia de este razonamiento, según sostuvo Bastiat, estriba en que se consideran los beneficios del cristal roto, pero se ignoran los costes escondidos: el comerciante deberá comprar una ventana nueva, en vez de ir a comprar pan beneficiando al panadero. Al final, «la sociedad pierde el valor de los objetos inútilmente destruidos», como la ventana y que «la destrucción no es beneficio».
Y es así, cuando, bajo una roja luz de ocaso, Navarro aplica esta falacia a la de las plataneras que están en una especie de corredor de la muerte: «Si destruimos estas fincas agrarias en producción, no hay beneficio para la sociedad; la fundamentación de que la destrucción de estas plataneras es el progreso ya la desmintió Bastiat en el siglo XIX».