RUYMÁN IZQUIERDO MARRERO
Uno de los rasgos que define la historia de Anaga es su papel en el aspecto defensivo de la Isla de Tenerife, convirtiéndose desde el siglo XVI en un lugar de vigía y avistamiento de buques que se acercaban a la Isla por su vertiente noroeste.
La elevación del macizo y su posición estratégica respecto a la ciudad de La Laguna y al puerto de Santa Cruz llevó al Cabildo de La Laguna, desde fechas muy tempranas a instalar atalayas, puntos de vigía, en diferentes zonas de Anaga. La misión de estos puestos era avisar del acercamiento de buques a la isla. Un papel fundamental desde el punto de vista defensivo, sobre todo durante el Antiguo Régimen (siglos: XVI, XVII y XVIII).
Las atalayas de Anaga comienzan a funcionar a principios del XVI. Su labor fue defensiva, pero durante esta centuria, tuvo una función de vigilancia sanitaria, controlando la llegada de navíos portadores de epidemias. En 1523 se tiene constancia de la instalación por el Cabildo de las siguientes: Punta de Anaga, Roque Bermejo, Antequera, Valle de San Andrés, El Bufadero, Taganana y Benijo; todas en Anaga, aunque se tiene constancia de un total de 46 en toda la isla.
A medida que las Islas se incorporaban a las nuevas rutas comerciales entre Europa y América (en especial a partir de la unificación de los reinos de España y Portugal en 1580 por Felipe II) pero también con África y Asia; cobra importancia la función defensiva como vigía militar. Será a partir de entonces, cuando será frecuente los asaltos y ataques de piratas y armadas extranjeras (berberiscos, franceses, ingleses y holandeses).
El castillo de San Cristóbal (1575) recibirá las señales de las atalayas de Anaga y se reforzará la defensa con la construcción de la Torre o Castillo de San Andrés a partir de 1706. Durante estas centurias se producirán una serie de ataques, en los que los atalayeros tuvieron especial protagonismo. Nos referimos entre otros, al de la escuadra de Blake en 1675; Jennings en 1706 y Nelson en 1797. A lo largo de este periodo tuvieron lugar también numerosos avistamientos de piratas y corsarios.

Ubicación permanente de atalayas
En Anaga se mantuvieron de forma permanente tres atalayas: La Robada o Roque Blanco en Igueste de San Andrés; el Sabinal, entre los valles de Ijuana y Anosma, próxima al pago de Las Casillas en Punta Anaga; y Tafada en Risco Bermejo, próxima al pago de Chamorga, también en Punta Anaga.
El sistema de comunicaciones que permaneció durante más tiempo fue el de señales de humo y hogueras, encendiéndose tantas como navíos se avistasen. Desde el siglo XVIII este sistema de señales se sustituye por el de banderas, durante el día y faroles por la noche. Hasta el siglo XVIII las atalayas eran unos sencillos muros de piedra semicircular (chozas y goros), que permitían a los atalayeros resguardarse de los malos tiempos.
En 1770 ya tenemos noticias de planes para la construcción de edificios destinados a estos puestos de vigilancia. En 1798 se dicta una Real Orden disponiendo que el coste de la casa de la atalaya de la Punta de Anaga se pague del Real Erario y el sueldo del atalayero del fondo de propios. Pero solo tenemos constancia de la construcción de un edificio en una de las tres atalayas: la de Igueste de San Andrés, ubicada en La Robada o Roque Blanco.
Afortunadamente, hoy se conserva una edificación de una planta rectangular, techo abovedado, con paredes gruesas y contrafuertes. De piedra, barro y restos de encalado en el exterior e interior.
Según el colectivo Atalaya de Igueste de San Andrés, hasta fechas recientes (mediados del siglo XX) el piso estaba cubierto de madera. Su entrada es amplia, en el pasado tuvo una puerta de doble hoja y posee un aljibe en su exterior.
Este edificio es muy similar, aunque con unas dimensiones menores, a la Casa de la Pólvora ubicada en la zona de Cabo Llanos en Santa Cruz de Tenerife. Con seguridad data de finales del siglo XVIII o principios del XIX. Próxima a esta edificación, también se conserva un muro semicircular de piedra, que se cree también sirvió de refugio para la observación.
En el caso de las otras dos atalayas: El Sabinal, que se ubica en un montículo natural de piedra donde se puede resguardar de los vientos aunque no de la lluvia, existe unos pequeños muros que en la actualidad sirven de asientos. En las proximidades de este lugar, se pueden encontrar varias cuevas con paredes en su entrada, que han servido de resguardo para cabreros y posiblemente, aunque estos son conjeturas, sirvieran para los propios atalayeros, ya que compaginaban ambas labores.
La atalaya de El Sabinal es el nombre que recibe un montículo natural de piedra. Este lugar se ubica entre los valles de Ijuana y Anosma, en la cabecera del barranco de Valle Seco. En las proximidades se encuentra uno de los dos únicos sabinales existentes en Anaga, de ahí su nombre.

En el caso de Tafada, no existe ningún muro o construcción que identifique la ubicación exacta de la antigua atalaya, pero en sus proximidades, se ubica la conocida popularmente como Casa de Tafada, una antigua construcción tradicional de una sola planta con varias habitaciones.
Nos consta que dicha edificación existía en el siglo XVIII, gracias a las cartas de los mayordomos de la Hacienda de Las Palmas de Anaga, ya que la misma forma parte de dicha propiedad y era utilizada como almacén de papas. Posiblemente, aunque esto son suposiciones, pudo también servir de refugio para los atalayeros.
En San Andrés se estableció, aunque de forma provisional e intermitentemente, una atalaya. Se ubicó en la cima de la actual ladera, ubicación próxima a las antiguas instalaciones y búnkeres militares (Los Nidos). Prueba de ello, es que esta zona se conoce como La Atalaya de San Andrés (información que podemos encontrar en el Catastro). Estará en servicio y participará activamente en los episodios históricos de julio 1797.

La vida de los hombres que vigilaban
No menos importantes fueron los hombres que estuvieron al frente de estos puestos. Afortunadamente y gracias a la documentación conservada, podemos conocer algunos nombres, así como su modo y forma de vida. Igualmente, a través de sus apellidos, podemos comprobar la relación y ascendencia de estas personas, con los actuales vecinos y vecinas de Anaga.
Al puesto de atalayero, nombrado por el Cabildo, se accedía a través de solicitudes. Uno de los primeros nombramientos conocidos fue la del vecino de Taganana Juan de Armas en 1521. Estas solicitudes podían ser acompañadas de informes del alcalde o del síndico personero del lugar (San Andrés y Taganana) o de recomendaciones de los atalayeros a los que se pretendía sustituir. A finales del siglo XVIII, por ejemplo, el síndico personero del Valle de San Andrés, José Álvarez, recomienda para atalayero de Igueste a Nicolás Albertos, que vive cerca de la atalaya.
En muchos casos, los aspirantes ya venían ejerciendo como atalayeros, aunque no oficialmente, ayudando a los que ocupaban este cargo, lo que se convierte en un argumento utilizado frecuentemente para acceder a la plaza. Ejemplo de ello es el caso de José Perera, vecino de Las Palmas de Anaga, que solicitó en 1780 que se le nombrara atalayero de Tafada, ya que Francisco Oliva, vecino del mismo lugar y atalayero, de quien aporta carta de recomendación, lo eligió como su compañero, atendiendo a su avanzada edad.
Otro caso que se da es la relación familiar con los atalayeros, por lo que este oficio se conserva durante muchos años en el seno de determinadas familias. Un ejemplo de ello es el caso de la familia Sosa de Taganana, que ocupan la atalaya de ¿Tafada? o ¿El Sabinal? durante muchos años. Prueba de ello, es una solicitud (sin fecha) de José de Sosa pidiendo que se le nombre atalayero por fallecimiento de su suegro Diego Marrero, alegando que ha estado cuidando la atalaya en compañía de este desde hace quince años y dos años el sólo, ya que su suegro no podida por avanzada edad. En 1797 Matías de Sosa, hijo del anterior, solicita ser nombrado atalayero de Tafada, cargo que venía desempeñando en la práctica desde hacía un año, en que falleció su padre.
Los atalayeros eran pagados por el Cabildo, bien en trigo o en dinero. Las asignaciones eran muy cortas (dos ducados y una fanega de trigo mensual en el siglo XVII) y el Cabildo se retrasaba, con mucha frecuencia, en el pago de los salarios, lo que les obligaba a compartir esta actividad con otras que mejoraban sus ingresos (agricultura y ganadería).
A pesar de todo, en los padrones de 1779 de San Andrés, Igueste y Taganana, los atalayeros que están censados suelen vivir pobremente, dedicándose uno a la ganadería y varios a la agricultura, como medianeros de Juan de Castro Ayala (propietario de la Hacienda de Las Palmas de Anaga). Una situación de pobreza, que pone en evidencia Domingo Izquierdo en 1799 cuando reclama el pago de su salario, dirigiéndose al comandante general en los siguientes términos:
«… desta Ysla no a querido pagarle el sueldo que tiene debengado del mes de mayo, lo que ase presente a V.E. para que se sirva tomar la probidencia que alle por más conbeniente a fin de qe, se le pague el mes que tiene abansado pues le es ynposible poder existir en este puerto sin tener que comer».

Nombres y apellidos de atalayeros
La Robada, en Igueste de San Andrés: José Matías Abertos (30 años, siglo XVIII), Luis Rodríguez (35 años, siglo XVIII), Salvador García (30 años, siglo XVIII), Antonio Benaser (Piloto, siglo XIX), José Alberto (Cabo, siglo XIX), Gregorio Acosta (siglo XIX), Juan de León (siglo XIX), Francisco Melián (siglo XIX) y Salvador Melián Albertos, “el viejo Melo” (uno de los últimos atalayeros de la vieja atalaya, improvisador de letrillas y coplas sobre aspectos cotidianos y extraordinarios del valle de Igueste, así como, avisaba de incendios con un bucio o “perro de la mar”, pues desde esa altura se dominaba gran parte de los montes de Igueste, siglo XIX).
El Sabinal, en Punta Anaga: Cristóbal Pérez (siglo XVII), Juan Rodríguez (50 años, tiene una manda de ovejas y pasa pobremente, vive en Las Casillas, siglo XVIII), José Marrero (30 años, vive pobremente, siglo XVIII), Diego Marrero (70 años, vive pobremente, siglo XVIII), José de Sosa (45 años, pobre, siglo XVIII) y Matías de Sosa (siglo XVIII y XIX)
Tafafa, enRisco Bermejo; Chamorga en Punta Anaga: Francisco Perera (55 años, vecino de Las Palmas de Anaga y tiene un mediano pasar, siglo XVIII), José Perera (30 años, siglo XVIII), Francisco Oliva (70 años, pasa pobremente, siglo XVIII), Juan Suárez (siglo XIX), Esteban de Sosa (siglo XIX), Juan de Sosa (siglo XIX) y Antonio Pereira (siglo XIX), Domingo Izquierdo y la Gestas del 25 de julio de 1797.
Mención aparte, es la del ya nombrado Domingo Izquierdo, pero cuyo nombre ha quedado inmortalizado en la historia de Santa Cruz de Tenerife y de la Isla, por ser el atalayero que el 22 de julio de 1797 a las cuatro y media de la mañana avista la escuadra de Nelson, desde su apostadero en la Atalaya de Igueste, y la noticia llega a Santa Cruz a las siete y media. El día 24, por medio de banderas señala al castillo de San Cristóbal la situación de varios navíos por el Norte y el Sur.
El final de las viejas atalayas
Las atalayas permanecieron en funcionamiento durante casi todo el siglo XIX. Pero las viejas fueron desapareciendo. La primera: la del Sabinal. Posteriormente la de Tafada, que será remplazada, tras la construcción y entrada en funcionamiento en 1863 del Faro de Anaga, una instalación de primer orden. La vieja atalaya de Igueste será la que más años permanezca en activo.
En la obra de Poggy y Borsotto publicada en 1881 se indica que la atalaya antigua de Igueste permaneció en activo hasta los años 1870-1873, pero sin especificar una fecha concreta. La posterior construcción de la Estación de Señalización Marítima de Igueste, conocida como El Semáforo, en La Tablada de la Mesa a partir de 1886, dará por concluida y finalizada la historia de las viejas atalayas y de los atalayeros de Anaga.
Recordar y conocer este patrimonio
Debemos recordar la historia de dichos lugares y de los hombres que estuvieron a cargo de estas atalayas. La historia y su valor cultural deben ser dados a conocer entre los vecinos y vecinas de Anaga. Igualmente, entre los visitantes y turistas que visitan este macizo, creando un valor añadido a su oferta turística. Las posibles ubicaciones para colocar esta información podrían ser las plazas de los núcleos más próximas a los lugares donde estuvieron las viejas atalayas, es decir, Igueste de San Andrés, el Lomo de Las Bodegas y Chamorga.