Las derechas agazapadas en hemiciclos autonómicos pueden romper un pacto nacional de mayoría izquierdista e, incluso, precipitar nuevas elecciones. Tal sucede con Coalición Canaria, que se niega a facilitar gobiernos donde comunistas bolivarianos que hacen pintadas en los callejones tengan asiento. Oramas detesta a Podemos con intensidad y le ha chivado al inviolable Felipe VI que con ellos no cuenten si Sánchez decide arrimar la sardina a la hoguera morada. Y es que a esta mujer le duele Venezuela como a Carlos Baute y, cual ñora cascada por los rumores conspiranoicos de Inda y demás tertulianos, ha entrelazado los disparates de Maduro con las acciones podemitas en un potaje mental digno del más loco de los locos de 13TV. El caso es que la situación, debido a estas posiciones cerriles, se enfanga. Canarias, de pronto, aparece como un ejemplo perfecto de caminos cegados por los pactos. Si el PSOE de aquí deja fuera de los gabinetes de gobierno a los cocaleros, estos no apoyarán a la misma fuerza que los desplaza e impedirán un cambio nacional. Si Sánchez crea alianzas con asesinos en serie, madres secuestradoras de niños, independentistas y maoístas, los herederos de Manuel Hermoso tampoco moverán ficha y la simetría no podrá romperse, imponiéndose un orden extraño con presupuestos generales atascados, leyes que no van a ningún sitio y ¿otras elecciones? ¿Qué hacer entonces? La respuesta funcional es sencilla: lo que digan los bancos o, lo que es lo mismo: abrir el paso a Ciudadanos en todas las casas de apuestas y desterrar a Unidas Podemos más allá de la Puerta de Tannhäuser, donde los agujeros negros se lo comen todo, hasta la luz, aunque también es cierto que los de Ciudadanos han declarado que de alianzas con imputados como Clavijo, nada de nada, aunque habrá que verlo porque ya se sabe que los bancos tanto venden armas como aspirinas. Quizás Victoria Rosell tenía razón cuando dijo que hay que exterminar a Coalición, no en el sentido nazi, claro, sino como la veleta bien financiada que se ofrece al mejor postor y a la que hay que arrancar del tejado porque no para de hacer ruido. A la hora de ser serios y coherentes no es posible contar con dirigentes no muy cultos cuya opinión se encuentra sesgada por un motor idéntico al que movía a los blancos a odiar a los negros en tiempos de Luther King: orgullo y prejuicio. Los clasistas, los miembros de castas políticas que nunca han visto la calle, tal es el caso de la diputada y el presidente, no deberían recibir la atención de los votantes por muy campechanos y próximos que aparenten ser sus discursos, ya que esos discursos, incluyendo besos y paellas, están configurados para captar mentes abotargadas que no han podido ver mucho mundo, pero qué se le va a hacer, las urnas ya fueron abiertas. Una agrupación que no posee cuerpo argumental, está hecha de enchufados y rechaza con tal contundencia a otra en la que abundan las cualificaciones puede compararse con facilidad con la actitud de un mamporrero que odia a los empollones porque sí. Por el contrario, la ideología a la que pertenece El Rastas, recién elegido sustituto de Echenique, es coherente aunque esté de capa caída y pertenezca a los tiempos, cada vez más lejanos, del 15M y la indignación. No merece tamaño desprecio por parte de Ana Oramas, que lleva desde la primera juventud de cargo en cargo y a la que se le presupone inteligencia, madurez, tacto y equilibrio. El panorama es, por lo tanto, un mapa de tensiones en el que la debilitada Coalición Canaria pretende ser indispensable, aunque si se fragua la abstención o el apoyo de la derecha Navarra para que Sánchez solidifique gobierno, los que se creen indispensables descubrirán que, en realidad, son prescindibles como una bolsa de plástico alrededor de una verdura.
SERGIO BARRETO,
escritor