VICENTE PÉREZ
Los daños materiales no son la única consecuencia de la catastrófica erupción volcánica en La Palma, que ha arrasado más de 600 viviendas, un centenar de hectáreas de cultivo y una treinta de kilómetros de carreteras, entre otros destrozos por la lava. Hay otro daño que no se puede cuantificar, pero que es enorme: el sufrimiento psicológico de las personas damnificadas. Cerca de 6.000 permanecen evacuadas desde el pasado 19 de septiembre, cuando reventó el volcán en Cumbre Vieja. Una parte ya sabe que su casa ha desaparecido, y la mayoría sufre la tortuosa incertidumbre de no saber qué ocurrirá con la suya. Y lo peor, que el volcán no da señales de debilidad.
Por ello, PLANETA CANARIO ha conversado con la psicóloga Noelia Capote, con consulta en Santa Cruz de Tenerife, y raíces en La Palma, para conocer de qué manera la población afectada directamente por esta catástrofe natural puede afrontar estos difíciles días y los que vendrán. Esta profesional de la psicología se ha ofrecido además de manera altruista a prestar atencion psicológica a quienes están sufriendo en sus carnes este duro trance en La Palma.
¿Por qué se ha decidido a ofrecerse voluntaria para ayudar a las personas damnificadas por la erupción?
«Yo siempre he concebido la psicología como una profesión de ayuda a los demás. Cuando hablo con gente joven que quiere estudiar esta carrera siempre les digo lo mismo: si no te conmueve el sufrimiento humano, si no empatizas con el dolor de la gente, si no tienes el impulso de aliviar su angustia, dedícate a otra cosa. Como psicóloga y también como palmera, si hay alguna cosa que yo pueda hacer, para aliviar aunque sea mínimamente el martirio por el que está pasando esta gente, tengo que hacerlo. Ésta es la manera que tengo de aportar mi pequeño granito de arena para ayudarles».
Las personas afectadas no solo han visto perder su casa, sino el suelo donde se asentaba, el paisaje es ahora otro. ¿Cómo puede reaccionar ante eso un ser humano?
«Aquí la sensación de pérdida es particularmente cruel. Perder tu casa es algo horrible, psicológicamente el impacto que provoca es devastador; sin embargo, al menos puedes “consolarte” imaginando la reconstrucción de la misma, puedes aferrarte a la idea o a la fantasía de empezar de nuevo, de levantar aquello que has perdido. Pero en este caso… ¿a qué se pueden aferrar los palmeros? ¿qué van a reconstruir? ¿dónde van a hacerlo? Ya no solo no existen las casas donde vivían, es que no existen las calles en las que crecieron, no existen las plazas donde vieron jugar a sus hijos, el bar donde tomaban café por las mañanas… Por no mencionar que muchos palmeros perderán no solo sus casas, sino su medio de vida. Una parte importante de la economía palmera es el plátano, ¿qué estará sintiendo ahora mismo alguien que hace 3 días perdió su casa y hoy pierde su finca de plátanos? ¿Qué sentirá alguien que además de perder 2 pilares tan importantes, pierde el terreno donde se asentaban? Saben que sobre ese manto negro no podrán volver a sembrar y que tampoco se puede “trasladar” esa finca a otro sitio. El que no ha perdido su finca, también va a sufrir las consecuencias de todo esto, quizás haya perdido la forma de acceder a ella, o la posibilidad de regarla, con lo cual perderá también la cosecha. La mayoría se sentirán desprotegidos, a la deriva. No es solo lo que les costó levantar esas fincas, personal y económicamente, es que el volcán también se ha llevado el sustento económico que esas fincas les iban a dar en su futuro y en el de sus hijos. La lava les ha robado su pasado porque ha enterrado sus recuerdos, les está robando su presente, porque los ha desarraigado desplazándolos a otro lugar, pero lo peor es que puede robarles su futuro, porque muchos de ellos no van a cobrar nunca más el dinero de sus cosechas. Está claro que esta gente ahora mismo necesita un techo bajo el que vivir, pero no nos olvidemos de que lo que de verdad necesitan es un futuro».
Pero, ¿cómo afrontar una situación tan terrible?
«Me preguntas cómo se puede afrontar algo tan terrible. No es nada fácil. Aunque el ser humano está más preparado de lo que creemos para lidiar con el dolor sí que hay muchos factores que pueden contribuir a aliviarlo o a aumentarlo. Uno de los más importantes es la incertidumbre. El sufrimiento de estas personas no es solo por lo que han perdido, sino por la angustia de no saber qué pasará con ellos ahora, muchos se preguntarán a dónde irán, de qué vivirán, qué ayudas tendrán, si serán suficientes… Cuanto más se les ayude a resolver todas estas dudas, menos daño les hará la incertidumbre y menos consecuencias psicológicas tendrán. Aquí son únicamente la burocracia y los gestores correspondientes los que pueden aliviar esa incertidumbre. Obviamente, no será suficiente con esto, todos ellos tendrán que pasar por un periodo de duelo necesario y de adaptación a la pérdida. Es posible que algunos con el tiempo logren asumir solos la situación, pero otros podrán necesitar ayuda psicológica».
Muchas personas han comentado que aún no se lo creen, que parece una pesadilla, y están en estado de shock. ¿Cuál es el primer paso para asumir la realidad?
«La mente necesita de cierto tiempo para asumir lo que ha pasado. Cuando nos enfrentamos a cosas extraordinarias, muchas veces podemos pasar por un proceso de seminegación de la realidad. Pasa incluso a veces en cosas más cotidianas, por ejemplo la muerte de un familiar, muchas veces escuchas decir a la gente: “no me puedo creer que no vaya a entrar más por la puerta”, “me parece increíble que no vaya a llamarme más por teléfono”, “siento que estoy soñando y que en algún momento me voy a despertar…”. Son reacciones hasta cierto punto normales en situaciones de crisis vitales. Obviamente, cuando hablamos de un evento tan tremendamente inusual e inesperado como una erupción volcánica la intensidad de estas reacciones se multiplica. El primer paso para asumir la realidad es dejar simplemente que la mente haga su trabajo. Aquí las emociones negativas tienen un gran papel. Para asumir la realidad es necesaria la aceptación de lo que ha pasado, y eso, inevitablemente, pasa por “pasarlo mal”, valga la redundancia. La ansiedad, el miedo, el dolor, la incertidumbre… es necesario que experimentemos durante un cierto tiempo todas estas emociones tan intensas, porque son las que evitarán en gran medida que entremos en procesos de negación o de no aceptación posteriores. Es casi de sentido común: si alguien pierde todo lo que tiene en menos d 24 horas, no puede estar bien, no debe estar bien. Tiene que sufrirlo, tiene que sentir dolor por la pérdida para que luego, en un momento posterior pueda comenzar a asumir la realidad y a aceptar lo que le ha pasado».

Un volcán es para mucha gente un espectáculo, y ya han llegado a la isla turistas y curiosos solo para verlo. A la población local les molesta esta actitud de ocio y, a veces, frivolizadora, y poco empática de esta catástrofe. También se queja la población palmera del trato sensacionalista de algunos medios de comunicación, mostrando a personas afectadas llorando, destrozadas. ¿Cómo debería comportarse un ser humano no afectado en sus propiedades por esta erupción con quienes están pasándolo tan mal?
«Esta pregunta me parece de lo más oportuna. Es lógico que un evento de estas características llame poderosamente la atención, no sólo porque no pasa todos los días sino por la espectacularidad de las imágenes. Si no nos vemos afectados por sus consecuencias vamos a verlo como un espectáculo de la naturaleza, como algo hipnótico, como una muestra embriagadora del poder de la tierra… Sin embargo, no podemos olvidar que esas mismas imágenes que nos cautivan, a otros les están produciendo terror, que ese ruido que desde fuera nos llama la atención a otros hace una semana que no los deja dormir, que esos fuegos artificiales son los mismos que luego han sepultado las fotos que alguien conservaba de sus abuelos o la primera ropita que le puso a su hijo. No podemos olvidar que lo que para unos es ocio y turismo, para otros es dolor y destrucción. Es muy fácil si nos ponemos en la situación de otra catástrofe natural cualquiera: ¿nos produciría la misma fascinación una riada? ¿Acudiríamos en masa a fotografiar las casas quemadas tras un incendio? Probablemente no».
¿Cuál es la base psicológica de la solidaridad, la ayuda al que lo necesita¿?¿Por qué de repente tantos miles de personas en Canarias donan dinero y productos y se desviven por ayudar? ¿Qué pasa en nuestra mente para vernos impulsados a echar una mano?
«Somos seres sociales. Vivimos rodeados de otras personas. No somos impermeables a las emociones de los demás, podemos alegrarnos de la alegría de otros o entristecernos con las desgracias de otros, aunque no los conozcamos de nada. Estas reacciones emocionales pueden observarse incluso en bebés. Las conductas de solidaridad o de altruismo no serían posibles si no fuéramos capaces de experimentar dos importantes emociones: la empatía y la compasión. Gracias a la primera, somos capaces de participar afectivamente en las emociones ajenas, de sentir lo que el otro siente. Una vez que la empatía nos pone en el lugar del otro, es la compasión la que nos empuja a ayudar a los demás, imaginarnos el padecimiento que está experimentando el otro nos impulsa a aliviar su sufrimiento».
¿Cómo puede ayudar la psicología y sus profesionales en este tipo de catástrofes?
«La psicología puede ayudar en niveles distintos y en momentos de actuación diferentes. En un primer momento, con la intervención en la situación de crisis como tal. De hecho, desde que comenzó la erupción hay compañeros del Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes en la isla que están haciendo una gran labor. En esta fase es muy importante prestar unos buenos primeros auxilios psicológicos, hacer que la persona se sienta escuchada y apoyada, que pueda expresar libremente las emociones que esté sintiendo en ese momento. Una parte de los damnificados desarrollará una aceptación psicológica saludable, después de un necesario periodo de duelo y de reorganización, podrá a medio plazo volver a un estado psicológico similar al anterior a la catástrofe. Otros, en cambio, es posible que no logren desarrollar esa aceptación y desarrollen sintomatología postraumática o incluso depresiva un tiempo después del suceso. Éste es el segundo momento o nivel de intervención psicológica. Aquí la psicología ya actuaría sobre esos síntomas que, cierto tiempo después, podrían estar impidiendo que la víctima recuperara la estabilidad psicológica de la que disfrutaba antes del evento traumático».
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