La misma mañana en la que el Pleno del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife aprobaba por unanimidad el primer plan de atención a las personas sin hogar, una mujer de casi 80 años en sillas de ruedas se había despertado en un cajero automático justo antes de que abrieran la oficina bancaria del centro de la ciudad donde pernocta para guarecerse del frío.
María del Carmen nació no muy lejos de allí, en el antiguo barrio de Cabo Llanos, cerca de la ermita de Regla (el templo es de lo poco que queda tras el realojo forzoso de más de 800 familias hace cuatro décadas). Padece artrosis degenerativa y no puede andar, por lo que las ruedas son sus piernas por la urbe que conoce como las palmas arrugadas de sus manos.
«Yo no estoy loca, y lo que digo va a misa; eso puede usted asegurarlo porque es así, ya que yo no sé mentir. En abril voy a cumplir 80 años y tengo una capacidad mental elevada, y una mente, como usted ve, bien despejada», relata esta anciana, con voz firme y segura, para que el periodista no ponga en duda la credibilidad de su testimonio.
Tras esta advertencia, mira a los ojos al periodista cuando le pregunta por qué duerme en la calle y ella responde: «En el albergue municipal me dijeron que aquello es solo para personas de menos de 65 años». Sin embargo, por lo que ha podido saber este diario, no hay tal límite de edad en ese servicio municipal.
La conversación con PLANETA CANARIO tiene lugar en un banco de una plaza cercana al Mercado Municipal Nuestra Señora de África, y por momentos pasan a saludarla otros sintecho más jóvenes que ella, a quienes les gusta su animada conversación, al punto que les sirve casi de psicóloga, porque es una mujer llena de vida y de humanismo: «Hay gente que duerme en la calle que no tiene ganas de vivir, pero yo sí, yo quiero vivir, a mi me gusta la vida, yo no quiero morirme, aunque necesito una habitación, un cuarto al menos, yo con eso estaría encantada y sería un regalo para mí».
«Mi pensión no me da ni para comer, cuanto menos para una casa»

Sarcasmos y paradojas de la vida, esta mujer chicharrera tiene como único hogar un banco. Pero uno de madera para sentarse, sino una entidad financiera. Muy cerca de sus oídos, por las noches, oye el mecánico sonido que entrega euros a los clientes que van a sacarlos al cajero, donde a veces comparte espacio con cuatro indigentes más.
«El director del banco me ha ayudado a levantarme; yo al amanecer pongo el carrito a un lado y me manejo mejor. Cuando va a abrir oficina me voy», explica, mientras acoteja unas medicinas que llenan una bolsa blanca de plástico. «Las llevo porque estoy enferma», aclara, «pues me quedé inválida hace siete años, y tomo medicación para la circulación y para el corazón. Mi médico de cabecera es cubano, es buenísimo».
Es el momento de la conversación para recordar que ella estudió auxiliar de enfermería en una clínica de Santa Cruz, y que «de jovencita» era no se «preocupaba de noviazgos, sino de estudiar, y era de las que sacaba sobresaliente». Y asegura que se formó también como cocinera repostera, «en el colegio del Hermano Pedro». Pero sea como fuere no pudo cotizar lo suficiente, y hoy cobra una pensión de poco más de 300 euros. «Eso no me da ni para comer, ni mucho menos para tener una casita propia; yo llegué a pedir una vivienda de protección oficial pero nunca me la dieron», se lamenta.
Tiene tres hijos (uno de ellos con problemas de salud a raíz de un accidente de tráfico) pero puntualiza que no pueden ayudarla. Se quedó viuda hace 20 años. Su marido trabajaba en DISA, empresa en la que ya se ganaba el sustento su padre, y que les facilitó una vivienda en Tío Pino. Circunstancias de la vida hicieron que esa casa la vendiera su familia. Cuenta que tras enviudar, residió en una antigua de El Toscal, hasta se tuvo mudar porque sus dificultades para caminar le impedían subir las escaleras en aquella vivienda sin ascensores.
«Me robaron el móvil y está sin tarjeta, estoy incomunicada»

En medio de la conversación surge, como un deslumbre inevitable, una recuerdo de su esposo. «Por allí», dice mientras alza la voz y levanta la mano indicando un lugar junto al mercado municipal, «murió mi marido de un ataque, en un bar; murió cantando».
«A él le gustaba cantar, y cantábamos juntos, pero también le gustaba la fiesta, irse con amigos; y yo en Carnavales para ver qué estaba haciendo me disfrazaba», rememora, con una media sonrisa en los labios. Y apostilla: «Soy tan humana que conozco a un amigo, pero no he querido más hombres en mi vida».
Refiere que a veces acude a bañarse, comer y algo de ropa en el comedor de las monjas de la calle de la Noria, que regentan las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Y se lamenta de que le robaran el móvil, y, aunque se la devolvió la novia del ladrón («que está en la cárcel»), no tiene tarjeta y no la ha podido renovar.
La conversación da saltos en el tiempo, porque el tiempo para quienes duermen en la calle no es lineal, y la mente viaja a veces al pasado, otras a un futuro incierto que no se sabe por dónde se encaminará, y finalmente vuelve el presente del frío, la soledad y la intemperie. «Yo nací un poco más acá de la ermita de regla, era la mayor de cinco hermanos; me iba a bañar a las playas que ya desaparecieron ahí, frente a El Cabo y Los Llanos; mi padre me enseñó a dividir, y fue a la escuela de Isabel la Católica; y me acuerdo de que cargaba el agua desde las fuentes. He trabajado no se hace usted ni una idea de cuánto», rememora.
La conversación con PLANETA CANARIO toca a su fin. Ella, agradecida, espera que con esta entrevista alguien le ofrezca ayuda. «Mire, yo le repito que a mi me gusta la vida, y en la calle no me quiero morir, así que con una cuartito yo me las arreglo. Conozco a uno, que se llama Juan, que tiene cuatro años más que yo y me dice que está aburrido, y que quiere morirse; yo lo freno: ‘¿Pero tú qué estas diciendo, Juan? La vida es muy bonita, y tú te morirás cuando te toque, no cuando tú quieras».
___________________
El Diputado del Común, Rafael Yanes, ha informado a PLANETA CANARIO de que actuará de oficio en favor de María del Carmen tras conocer su historia publicada en este periódico este domingo. La Diputación del Común abrirá expediente para que a través de las administraciones competentes se ofrezca ayuda a esta mujer.