RUBÉN EXPÓSITO
Donald Crowhurst (1932 – 1969) fue un veterano de la Real Fuerza Aérea Británica y navegante aficionado de los barcos de vela, murió mientras competía fraudulentamente en la Sunday Times Golden Globe Race, una regata de veleros que consistía en dar la vuelta al mundo sin paradas y usando solo el viento como impulso.
Crowhurst partió de Teignmouth (Devon, Inglaterra) el 31 de octubre de 1968, el último día permitido por la organización de la carrera, y días después de que lo hicieran sus ocho rivales en la carrera, la duración del viaje al que se enfrentaban los participantes era de aproximadamente 9 meses. Su motivación tenía varios frentes, por un lado estaba la seguridad financiera que el premio de 5.000 libras les proporcionaría a él y a su familia; por otro, la publicidad y el consiguiente éxito comercial que aquel triunfo proporcionaría al Navicator, un sistema de posicionamiento geográfico –algo así como el embrión del actual GPS– que él mismo había inventado.
Para empezar, Crowhurst era un marinero aficionado, salía de vez en cuando a navegar pero sus conocimientos naúticos eran limitados, una empresa de semejante calado le venía muy grande. Los problemas comenzaron desde el principio, el trimarán que construyó para la travesía se alargó tanto en el montaje y solución de problemas que casi no puede tomar parte en la carrera y la embarcación de ningún modo estaba preparada para una navegación tan larga y exigente: el Navicator no funcionaba correctamente, el casco era vulnerable a fugas, las juntas de las escotillas no sellaban bien y la electrónica era un desastre.
Crowhurst, además, se había dejado embaucar por un despiadado publicista que había exagerado su historia en la prensa más allá de todo atisbo de realismo, y lo había puesto a merced de un patrocinador usurero a través de un acuerdo según el que, si no era capaz de completar la carrera , tendría que entregar su casa y su empresa, lo que le llevaría a enfrentarse a una ruina absoluta.
Muerte o ruina, el viaje no era lo que esperaba
Según la ruta estipulada, Crowhurst partiría rumbo a Sudáfrica a través del Atlántico, daría la vuelta por el Cabo de Buena Esperanza para cruzar el Océano Índico hasta el sur de Australia; luego atravesaría el Pacífico y, una vez dejado atrás el Cabo de Hornos, volvería al Atlántico para encarar el regreso a casa. Había calculado que podría completar la carrera en tan solo 130 días, más rápido que cualquiera de los otros competidores. Sin embargo, pasadas solo unas semanas en el mar, todavía avanzando por la costa africana, tuvo que afrontar el hecho de que su embarcación no estaba en condiciones de seguir navegando y que, en cuanto intentara conducirla a través de los rugientes vientos del Antártico, moriría ahogado. Según sus registros, se dio así mismo un 50% de probabilidades de sobrevivir si seguía en las mismas condiciones.
Decidió falsear sus datos de navegación
El punto máximo al que llegó fue a la costa argentina, allí fondeó en una recóndita cala e hizo las reparaciones necesarias para no naufragar. Permanecería anclado en el océano durante unos meses, esperando a que el resto de competidores volvieran al Atlántico rumbo a la costa británica, y entonces se reincorporaría a la carrera para llegar el último, debía perder, su plan era “al último no le van a mirar el cuaderno de bitácora”. El cuaderno de bitácora si no era revisado, le permitiría tener posibilidades de esconder la mentira de su viaje.
Lo que no contaba es que, gradualmente, siete de sus ocho rivales irían abandonando la regata. Peor aún, los datos de navegación falseados y comunicados por radio llevaron a los organizadores a creer que, aunque había dejado el Reino Unido más tarde que el único de sus oponentes que permanecía en la carrera, ganaría el premio al regatista más rápido. Crowhurst ya era una celebridad nacional, todos los periódicos se hacían eco de la hazaña que estaba a punto de realizar este intrépido marinero, mientras en alta mar, Donald empezaba a desmoronarse psicológicamente.
Su mente hacía aguas, como su aventura
El comportamiento de Crowhurst, según lo anotado en su diario de a bordo, indica que a medida que pasaba el tiempo y la soledad se apoderaba de su persona, desarrolló un estado psicológico complejo y auto conflictivo. Su compromiso de falsificar el viaje fue altamente contraproducente para su salud mental y él mismo estaba seguro de que despertaría sospechas. Pasó muchas horas tratando de colocar meticulosamente las entradas falsas del registro, a menudo más difícil de completar que las entradas reales, debido a la investigación astronómica que requiere la navegación.
En las últimas semanas muchas de las entradas de su registro mostraron un aumento de la irracionalidad. Al final, sus escritos durante el viaje – poemas, citas, entradas de registro reales y falsas, y pensamientos al azar – ascendieron a más de 25.000 palabras. Los libros incluyen un intento por construir una nueva interpretación filosófica de la condición humana que proporcione una vía de escape a situaciones imposibles. El número 243 aparece varias veces en estos escritos; él había previsto inicialmente terminar el viaje en 243 días, registró una distancia falsa de haber recorrido 243 millas náuticas (450 km) en un día (lo cual, de haber sido cierto hubiera representado un récord en la carrera), y pudo haber terminado su vida en el día 243 (1 de julio) de su viaje.
Cuando, a los 8 meses, hallaron el barco, no había indicios de haber sufrido ningún accidente
Imaginó a las multitudes jaleándolo primero e insultándolo después, a los medios de comunicación acosándolo, y fue demasiado para él. Abrumado por la culpa y el miedo y debilitado por meses de soledad y confinamiento, sufrió un resquebrajamiento psicológico. Cuando fue encontrado en julio de 1969, poco más de ocho meses después de haber partido de las costas británicas, el trimarán no mostró indicios de haber sido víctima de ningún tipo de accidente que causara la caída de Crowhurst. Todo apuntaba al suicidio. La repercusión mundial de la odisea por la que pasó este navegante fue portada de muchos periódicos, la historia dejaba a todos boquiabiertos. El ganador de la regata, el único de los participantes que consiguió completar esta singular vuelta al mundo, conocedor de la dureza de lo vivido por el fallecido, semanas después de haberse encontrado el barco sin nadie a bordo donó las 5.000 libras del premio a la viuda de Crowhurst.
La historia ha sido llevada al cine
Manual de la antiépica, o lo que ocurre cuando uno es víctima de sí mismo y de la autoexigencia extrema. Un océano entre nosotros no es la clásica película de superación personal a través de un viaje en solitario por los océanos. La película de James Marsh consigue plasmar la historia de este valiente que mantuvo a medio mundo en vilo con su veloz viaje imaginario por los confines del planeta. Una buena elección para pasar un par de horas viendo lo increíblemente valiente y cobarde que puede ser al mismo tiempo el ser humano si se dan las condiciones adecuadas.
Título original: The Mercy
Año: 2018
Duración: 101 min.
País: Reino Unido
Dirección: James Marsh
Guión: Scott Z. Burns
Música: Jóhann Jóhannsson
Fotografía: Eric Gautier

Reparto: Colin Firth, Rachel Weisz, David Thewlis, Jonathan Bailey, Adrian Schiller, Tim Downie, Finn Elliot, Oliver Maltman, Kit Connor, Alexia Traverse.
Productora: Blueprint Pictures / BBC Films