RUYMÁN IZQUIERDO MARRERO
Desde el año 2010 se ha celebrado en los diferentes países latinoamericanos el bicentenario de los procesos de emancipación e independencia, cuyas conmemoraciones deberían durar hasta el año 2025, cuando se celebraría la última de esas efemérides, en el que fue el primer proceso de independencia y formación de países y repúblicas de la historia. Estas conmemoraciones coincidirán en la próxima década, con el quinto centenario de la conquista y la fundación de muchas urbes hispanoamericanas.
Todas estas efemérides han sido y serán aprovechadas para que los historiadores y las diferentes facultades de humanidades de los países implicados realicen nuevos estudios e investigaciones sobre un pasado que nunca es el mismo, según la época, los lugares o las ideas e ideologías que imperan en cada momento.
Las nuevas investigaciones y estudios científicos publicados desde el inicio de la década han dado una nueva visión de dicho pasado. Con ello se ha reafirmado una corriente histórica en toda Iberoamérica llamada revisionismo cuyos origines hay que buscarlos a principios del siglo XX pero que adquiere su definitivo arranque en la década de 1980. Esta nueva visión del pasado nos muestra una imagen muy diferente a la ofrecida hasta ahora por la historiografía oficial.

Para saber primero qué pasó en aquella etapa histórica, qué fueron los procesos de emancipación e independencia en la América continental de habla española, es necesario conocer qué había sucedido antes, qué sociedades existían antes de 1810, una etapa histórica que es conocida como la época colonial, término considerado erróneo por los nuevos estudios para definir ese sistema político con el que se gobernó la América hispana.
Una etapa que duró tres siglos y que el imaginario colectivo lo ha visualizado y simplificado en la primera centuria: la de los descubrimientos y la conquista (y con la que se alimentó, parte de la leyenda negra creada por los países anglosajones, protestantes y calvinistas contra España y todo lo hispánico).
Una imagen que la mayoría de la ciudadanía hemos visto con negatividad, como una etapa negra, de subyugación, explotación, exterminio y barbarie para los pueblos que vivieron bajo el dominio español en América.
“Se debe entender que las provincias de América no han sido ni son esclavas ni vasallas de las provincias de España. Han sido y son como unas provincias de Castilla con los mismos fueros y honores”. DIONISIO INCA YUPANQUI (diputado peruano en las Cortes de Cádiz,1811)
El siglo XVI va de la mano de nombres como los de Cristóbal Colón, Fernando de Magallanes, Juan Sebastián El Cano, Hernán Cortes, Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Vasco Núñez de Balboa, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan Ponce de León, Pedro de Valdivia, Francisco de Orellana y tantos otros (hombres que protagonizaron la mayor era de descubrimientos, conquistas y colonización global jamás llevada a cabo).

Tras un predecible e inevitable choque violento, que conllevó la desaparición de las civilizaciones dominantes y de su orden, fenómeno que se había repetido en otros procesos históricos del pasado, protagonizados por otros hombres como Alejandro Magno o Julio César, lo repetirán posteriormente ingleses y franceses, en los siglos XVII, XVIII y XIX, cuando realizarán sus respectivas conquistas y colonizaciones de sus territorios de ultramar.
La aniquilación de las poblaciones indígenas de Norteamérica, Australia o Nueva Zelanda, por citar varios ejemplos (los territorios conquistados por los españoles verán drástica y dramáticamente reducido el número de indígenas a finales del siglo XVI a consecuencia de las epidemias, enfermedades y trabajos forzados, más que por la acción de la guerra, pero se habrán recuperado a finales del siglo XVIII), aislando y marginando a las poblaciones locales e indígenas con las que nunca se mezclarán -como sucedió en la India o en las colonias africanas (a diferencia de lo que hicieron los españoles, donde se permitirá los matrimonios mixtos entre españoles e indias desde principios del siglo XVI) y a las que explotarán sin contrapartida alguna e incluso, sustituirán a las diezmadas poblaciones locales por esclavos negros (los encomenderos españoles harán lo propio, pero ese sistema acabará siendo abolido por la Corona, precisamente por los abusos que se crearon). Será ese modelo anglo-francés el que se conocerá por colonialismo en el siglo XIX.

Pinturas de época virreinal donde se representa los diferentes tipos de uniones raciales que se producían en la América hispana.
Un mundo de ciudades
“Cuando dos ingleses se encuentran en una lejana frontera fundan un club pero cuando lo hacen dos españoles en circunstancias parecidas fundan una ciudad”. FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO (Historiador hispano británico, siglo XX)

El antiguo mundo precolombino dio paso a otro nuevo. Ese nuevo mundo o sociedad se caracterizó por que las instituciones y las personas eran vasallos de un rey y ovejas de un rebaño sujeto al papa a través de unas autoridades civiles y eclesiásticas (virrey y obispo) que se manifestaban mediante aparatos de representación como los palacios, las catedrales, la vestimenta, el medio de transporte o la presencia y la posición en los actos públicos y religiosos.
Estamos ante una sociedad estamental (clérigos, nobles y plebeyos) donde la riqueza no determina su posición social. Existían plebeyos muy ricos como los comerciantes, y nobles muy pobres como los hidalgos que no dejaban de ser en muchos casos, unos donnadie.
Los hombres que nacían en una familia noble tenían un estatus social superior al resto de la población, y, por tanto, disfrutaban de privilegios. La nobleza no estaba ligada al origen étnico, aquella sociedad reconocía la nobleza indígena: los caciques. Pero existía movilidad social, se podía ascender socialmente a través de méritos, incluso siendo indio, mulato o negro. Por tanto, no fue una sociedad rígida, ni de castas, y la inmensa mayoría de la población eran plebeyos.

También era una sociedad corporativa cuyos individuos participaban de derechos y obligaciones a partir de la pertenencia a una corporación o cuerpo social que los representaban ante el Estado. Las corporaciones tenían sus estatutos y régimen jurídico, así como sus miembros elegían a sus representantes (será el único ámbito democrático de aquella sociedad).
Estas corporaciones serán los cabildos urbanos (tanto de españoles como de indios), cabildos eclesiásticos, las órdenes religiosas, las universidades, las audiencias, los protomedicatos, los consulados de comercio, los gremios de oficios, las hermandades laico–religiosas (cofradías, congregaciones y ordenes terceras).
Los que no formaban parte de estas corporaciones eran los desplazados y marginados, cuyo porcentaje se ha estimado en un veinte por ciento de las poblaciones urbanas de las ciudades hispanas.
Esta sociedad fue evolucionando hasta crear un rico mestizaje entre las diferentes razas (blancos, indios, negros e incluso orientales) aunque desigual social, racial y económicamente, propia de aquella época: el Antiguo Régimen.
“La lealtad de los pueblos de la región (América) hacia la Monarquía española fue producto de una cultura política compartida y de los lazos sociales y económicos”
JAIME RODRÍGUEZ ORDOÑEZ. (Historiador ecuatoriano – estadounidense. Siglo XX)

Esta nueva sociedad se cimentó y aglutinó alrededor de unas ciudades (los españoles fundaron más de seiscientas en toda América, convirtiéndose en los mayores constructores de la historia, solo superados por los antiguos romanos) que fueron la columna vertebral de la América española. Ciudades como: Cartagena de Indias, San Miguel de Allende, Antigua, Cuzco, Quito, Lima, Caracas, Santa Fe de Bogotá, Buenos Aires, Montevideo, La Habana, San Agustín en la Florida, San Juan de Puerto Rico, Portobello, Potosí, Guanajuato, Mérida, Puebla, Durango, Valladolid hoy Morelia, Taxco, Querétaro, Oaxaca, Tunja, Salta, Asunción, El Callao, La Guaira, Valparaíso, Santiago de Chile y Santiago de Cuba o la más grandes de todas aquellas urbes: Ciudad de México, que llegó a superar los 135.000 habitantes a principios del siglo XIX. Por la misma época, Philadelphia, la urbe más poblada de la América anglosajona, apenas superaba los 40.000 habitantes.
El urbanismo y la trama urbana de todas estas ciudades tienen su origen y primer modelo en nuestra ciudad de San Cristóbal de La Laguna (por ello es ciudad Patrimonio de la Humanidad).
Las ciudades fueron los centros y la vida del continente americano de habla española (a diferencia que las colonias inglesas, cuyos colonos se asentaban en grandes plantaciones), pero no se debe olvidar el peso que tendrá el medio rural, donde vivirá una mayoría silenciosa, cuya importancia dentro de esta sociedad será decisiva en los procesos de independencia y emancipación.

La proyección cultural estará liderada por la universidad, que será la institución más representativa del acervo intelectual en la América española. La importante fundación de universidades, con más de una treintena de centros, entre 1538 y 1813, refleja una clara diferencia de lo sucedido con otros países europeos y sus colonias, donde en algunos casos no se llegarían a fundar ninguna.
A estas instituciones se sumó la fundación de colegios para españoles e indios (en 1536 en el convento de Santiago de Tlatelolco se creó colegio de Santa Cruz para indios nobles, el primero del continente), escuelas de artes y oficios como el Real Seminario de Minas de la Nueva España; y en el campo de las artes destacará la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Ciudad de México, ejemplos que se extendieron a otras partes del continente.

La importancia de la religión católica en el mundo americano es primordial, con su presencia física en el centro de la urbe hispana, con la catedral o la iglesia como principal edificio en la plaza mayor o de armas, símbolo de su poder, y junto a los edificios civiles (palacio del virrey o gobernador y los cabildos).
La vida cotidiana de los hombres y mujeres del mundo hispanoamericano estará influida por las costumbres y modos de vida que imponía el catolicismo. Desde su nacimiento hasta la muerte de cada individuo, pasando por las celebraciones y fiestas, sin olvidar la educación, las artes y la enseñanza que estaban a cargo de los religiosos.

A todo ello se sumaba la temprana evangelización, que continuará durante todo el periodo virreinal, en los límites y fronteras más alejadas, como las misiones en el rchipiélago de Chiloe, en Chile, o la red de presidios y misiones de la Alta California, Nuevo México y Texas, contribuirá a la creación de una cultura e identidades comunes (con las particularidades de cada lugar) dentro de los territorios de la monarquía católica (nombre por el que eran conocidos por ellos mismos y la mejor definición para un sistema político y administrativo que ha sido conocido por nuestros contemporáneos como el imperio español) que conformarán una única comunidad de hombres y mujeres que compartirán la misma lengua, religión, economía y sistema político, a ambos lados del Atlántico y en el lejano oriente, en las Filipinas.

¿Cómo y quién gobernó Hispanoamérica durante tres siglos?
“La política no pasaba por el rey, porque su papel en la vida cotidiana era marginal, sino por las ordenanzas dictadas por el cabildo de la ciudad… la monarquía fue entendida como una confederación de repúblicas urbanas” . TOMAS PÉREZ VEJO (Historiador – Investigador de ENAH y INAH de México. 2018)
Desde esas ciudades se gobernó y administró un extenso territorio cuyo entramado institucional estaba formado por una serie de poderes y contrapoderes donde administradores y administrados contaban con una gran autonomía respecto a la metrópoli (la Corte en Madrid): virreinato fue la división territorial entre los territorios americanos a cuya cabeza estaba el virrey, que era un alto funcionario de la corona y representante del rey. Gobernaciones y capitanías generales a cargo de gobernadores y dependientes del virrey llevaban la gobernanza de amplias zonas dentro del propio virreino. Corregimientos eran divisiones dentro de una gobernación que comprendía la ciudad y su distrito, también llamados partidos. Cabildos donde se regía directamente los asuntos administrativos de cada ciudad y en concreto de los individuos o súbditos. Real Audiencia era el tribunal civil y criminal. Real Hacienda cuya principal función era recibir y redistribuir el dinero que llegaba a las arcas reales y administrarlo correctamente.

“Criollos eran alcaldes y corregidores, que balanceaban el poder de los representantes de la Corona: criollos la mayor parte de los que manejaban la Hacienda y fabricaban las leyes, y criollos mandaban las milicias defensoras de la autoridad real…”
CARACCIOLO PARRA PÉREZ (Historiador e intelectual venezolano, primera mitad del siglo XX)
Al frente de estas instituciones y poderes estaban los españoles (los indios tendrán sus propios órganos de gobierno). Pero ser español no significaba haber nacido en la Península, eran todos aquellos hombres blancos nacidos a ambos lados del Atlántico y sus descendientes; por tanto, estábamos ante una definición e identificación racial.
Pero en los siglos XVII y XVIII esta característica étnica se difuminará en una sociedad multirracial donde los criollos (los hijos y descendientes de peninsulares nacidos en América) fueron los verdaderos gestores de aquellos poderes locales y virreinales. Muchos de aquellos españoles americanos llegaron a ejercer altos cargos dentro de la administración imperial en la misma capital del reino en Madrid.

Y a la vez, existían unos mecanismos de control de dichos poderes y funcionarios. Dos herramientas eran la columna vertebral para dicho control: el juicio de residencia y la visita.
El primero era el derecho de súbdito a pedir la responsabilidad del cargo público después del termino de su mandato, un juicio a su gestión o labor realizada, después de haber perdido todo su poder. El segundo era la visita; la llegada de un visitador o inspector desde la Península, con amplios poderes, para evaluar o supervisar la gestión de cualquier rama de la administración o funcionario público; claro está, sin decir que venía a tal asunto.
Dos mecanismos cuyo buen funcionamiento fue clave para entender y comprender cómo funcionó y controló la monarquía católica un inmenso territorio como el americano. Estas eran algunas de aquellas instituciones y cargos que existieron durante aquellas tres centurias, pero no fueron las únicas.
“Cuando se han ojeado las numerosísimas causas de residencia, elevadas no sólo por graves delitos, sino por minúsculas faltas, hay que inclinarse delante de la justicia española, que alcanzó muchas veces las más altas cumbres del poder personal”. LUCIANO HERRERA (Historiador colombiano. Publicación de 1918)
A esta compleja administración se sumaban los diferentes derechos o fueros con los que contaba cada territorio, así como las Leyes de Indias (legislación promulgada durante tres siglos, por la Corona para regular la vida social, política y económica de los territorios americanos) conformarán el grueso de dicha legislación.

Estas leyes regularán y protegerán legalmente a los indios que se gobernaban en sus propias comunidades bajo la institución de la república de indios, bajo la figura del Cabildo de indios, con autoridades y costumbres propias, siempre que no estuviesen en oposición a las propias Leyes de Indias y la religión católica.
Fueron considerados súbditos de la Corona con los mismos derechos y obligaciones. En sus poblados no podían vivir ni españoles ni negros, allí conservaban sus costumbres, idioma, fiestas y la propiedad comunal de sus tierras.
Los caciques, los descendientes de las monarquías indígenas, así como las mujeres, estaban exentos del pago de impuestos. Etnias como los Tlaxcaltecas en México o los Cañaris en Ecuador fueron reconocidoa como hidalgos (nobles) de forma universal para todos sus miembros, por su ayuda y colaboración en la conquista, y estaban exentos del servicio militar.
Los delitos contra estos se castigaban con más rigor y la Inquisición no tenía poder sobre ellos. Fue el único grupo humano que tenía un abogado defensor gratuito para las causas judiciales llamado protector de indios.
“Que los caciques y principales no tengan por esclavos a sus sujetos” FELIPE II (Ley III, Título II, Libro IV, de la recopilación de Leyes de los Reinos de Indias. 1588).
El mayor mercado global (e interno) del mundo en su época
A esta gobernanza se sumaba una actividad económica cuyo principal motor era la minería, de donde se extraían metales preciosos, y cuyo principal producto era la plata. Los centros productores más relevantes fueron el Alto Perú o gobernación de Charcas ,dentro del Virreinato del Río de la Plata (hoy Bolivia), el bajo Perú, perteneciente al Virreinato del Perú ,y el Virreinato de la Nueva España, en concreto las regiones de Guanajuato, Zacatecas, Real del Monte, Taxco, Guadalajara, San Luis de Potosí, Durango, Chihuahua y Sonora, que hicieron de este territorio el mayor productor de este metal del mundo.

Esta actividad económica era explotada por empresarios privados que debían tributar a la Real Hacienda un 20% de los beneficios que obtenían (el quinto real). Un dato que hecha por tierra esa recurrente idea de que los españoles se llevaron de América todo el oro y la plata del continente. Gracias a los metales que se quedaron en el continente americano se pudieron acometer las numerosas obras públicas y privadas, así como se forjaron grandes fortunas con la creación de enormes haciendas e inmensas propiedades agrarias, base y origen de los enormes latifundios posteriores.
“En efecto, si bien es cierto que en comienzo se dio un fuerte flujo de oro y plata hacia la Península Ibérica, éste -en sus cuatro quintas partes- estaba constituido por el pago de semillas, ganado, herramientas y mercancías indispensables a la puesta en valor del desarrollo económico en sus diferentes zonas; en un detallado cuadro que va de 1515 a 1600 Alberto Pardo muestra cómo la balanza comercial durante este período desde España fue de 67.637 toneladas de exportación contra 43.728 toneladas de importaciones. El impacto de las nuevas tecnologías transmitidas a través de ellas fue verdaderamente espectacular, pues si un hombre con sus solas fuerzas necesitaba 40 días para preparar una hectárea, este tiempo se reduce a un día cuando hace con un arado y dos caballos; hasta el temprano 1570, de la Metrópoli se habían despachado 20.000 rejas de arados. El tiempo de corte de un árbol con hacha de acero descendía de dos meses a dos días, por lo cual los indígenas se batían a muerte por su adquisición; y una herradura de acero valía más que su peso en oro». LUIS CORSI OTÁLORA (Historiador colombiano, segunda mitad del siglo XX)
Gracias a toda esta producción de plata y a su acuñamiento en las Casas de La Moneda de ciudad de México, Lima, Potosí, Santa Fe de Bogotá, Santiago de Chile, Popayán y Guatemala se acuñaba la onza castellana o Real de a 8 (solo entre 1790 y 1796 se acuñaron 38 millones de reales de a 8): la moneda más fuerte y con mayor valor del mundo y única aceptada en las transacciones internacionales. Fue el dólar de su época.

Con el real de a 8 el mundo hispano comerciaba libremente entre sí y con mercados como el asiático (China, India y Japón) a través del océano Pacífico, cuya base comercial era la ciudad de Manila en las Filipinas. Las mercancías adquiridas en aquellos lejanos mercados cruzaban el Pacífico y llegaban a los puertos de Acapulco y San Blas en el actual México, y de ahí a todos los territorios Hispanos.
Pero el comercio con el extremo oriente es una parte de ese enorme intercambio de productos que se produjo en la América Española. Los diferentes territorios producirán e intercambiarán productos en un gran mercado continental y extracontinental (desde la Patagonia, en el extremo sur del continente americano, hasta el oeste de los actuales Estados Unidos y el río Misisipi; desde Filipinas hasta la Península Ibérica, pasando por el golfo de Guinea y Canarias). Ejemplos de aquella actividad económica lo encontramos en el sur y norte del continente americano:

El virreinato del Río de la Plata:
del rico interior continental a los puertos oceánicos

En la actual Argentina se creará una gran cabaña ganadera, cuyos costes eran muy bajos, ya que con muy pocos hombres “los gauchos argentinos y de la banda oriental, el actual Uruguay (muchos de ellos, de origen canario)” controlaban gran cantidad de cabezas de ganado. La producción de carne se exportaba al interior, exactamente al Alto y Bajo Perú donde alimentaba a los trabajadores de las minas, estas carnes -junto con la yerba mate y los lienzos de algodón que se producirán en la región de Las Misiones, el actual Paraguay- serán transportadas en cientos de mulas criadas en la ciudad de Córdoba, en el interior de la actual Argentina
Estas grandes caravanas regresaban del interior del continente rumbo a la ciudad de Buenos Aires, el mayor puerto comercial de Atlántico Sur (que se verá muy beneficiado por el Reglamento de Comercio Libre de 1778) cargadas de plata, cacao procedente del reino de Quito, actual Ecuador, y de telas elaboradas en los talleres del virreinato del Perú, o de productos del lejano oriente que entraban a través del puerto de El Callao, en la costa del océano Pacífico.
Desde los puertos rioplatenses (Buenos Aires y Montevideo) saldrán con destino a Europa cueros para la elaboración de todo tipo de productos a las factorías del viejo mundo, pero también entrarán productos procedentes de ultramar. En el campo de los territorios del virreinato (los actuales países de Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia) la población obtenía el resto de los productos que necesitaban.

La joya de la Corona: el virreinato novohispano
“El Imperio español se movía entonces con uniformidad y sin violencia y marchaba en orden progresivo hacia mejoras continuas y sustanciales” LUCAS ALAMÁN (Historiador, político y escritor mexicano del siglo XIX)
El virreinato de la Nueva España (los actuales territorios de México, Guatemala, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, El Salvador y los Estados del oeste y parte del centro de los EE.UU. hasta el río Misisipi) fue el territorio más poblado y rico de los territorios hispanos. Aparte de la producción minera, dos actividades destacaban sobre el resto: Telas y Tabaco.
La primera de estas manufacturas se desarrollaba a través de una extensa producción de telas a nivel doméstico para autoconsumo por parte de los habitantes de los miles de pueblos de indios y mestizos. Pero también existió un amplio número de obrajes, talleres de tamaño medio, que operaban con una curiosa combinación de trabajo asalariado, esclavo, y operarios semilibres. Estos obrajes laneros estuvieron concentrados en el valle de México y en las regiones del Bajío y la zona de Puebla-Tlaxcala.
La materia prima provenía de grandes manadas de ovejas en los ranchos, haciendas y pueblos rurales de la zona centro-norte del virreinato. La forma de organización del trabajo era tradicional, pero los dueños lograron una comercialización razonablemente exitosa, proveyendo a amplios mercados de la Nueva España e incluso logrando exportaciones a Centroamérica (de donde se importaba el palo de Campeche, un tinte natural) y Venezuela (el mayor productor mundial de cacao de la época, producto muy demandado en la Nueva España y en toda Europa).
“Lo que desde ahora podemos asegurar es que la vieja y repetida historia de que la producción era local, para autoconsumo y que no pasó de las regiones productoras, debe quedar relegada al olvido. La gran amplitud y la extensión de los circuitos textiles en Nueva España y Perú está fuera de toda duda. También lo está la noción de que la manufactura y, en general, la industria textil colonial hispanoamericana adquirieron proporciones significativas desde muy temprano”.MANUEL MIÑO GRIJALVA (Historiador mexicano. 1993)

El segundo sector manufacturero fue el tabaco, cuya producción y distribución controlaba un gran monopolio propiedad de la Corona. Los números y datos que arrojan este sector a finales del siglo XVIII y principios del XIX son sorprendes. El monopolio poseía una gran fábrica en la ciudad de México, la cual llegaría a contar con cerca de 8.000 operarios, convirtiéndose en la mayor instalación manufacturera del continente americano y cuya población laboral dependía de esta fábrica para su supervivencia.
Al mismo tiempo, se establecieron más fabricas en las ciudades de Querétaro con 3.706 operarios; Guadalajara, con 1.160; Puebla, con 1.228; Oaxaca, con 610; y Orizaba, con 335. En 1795 había casi tantos hombres como mujeres empleados en las fábricas del monopolio. Dentro de cada fábrica la división del trabajo y la administración eran complejas. En el caso de la mayor existía un administrador general, directores generales, un contador y asistentes. A su vez, un cuerpo de maestros y maestras de mesas a cargo de las diferentes secciones de las fábricas en turnos diurnos y nocturnos. Entre los trabajadores de la fábrica se contaban distintas categorías que incluían torcedores, operarios, cigarreros, fabricantes, gritonas. Para la manufactura de los puros se contaba con pureros, envolvedores y encajonadores.
No menos sorprendente fue la distribución y venta del producto, que se realizó con una amplia red de comercialización, y para ello se adoptó un sistema muy original y exitoso a través de estanquillos, que se establecieron en cientos de puntos. Este sistema de comercialización masiva y extensiva fue una innovación notable. Los funcionarios del estanco tuvieron gran cuidado en reunir información sobre ventas por regiones, sus estadísticas contables eran notables e indicaban una capacidad de evaluación de las políticas de comercialización que nos recuerdan a las grandes empresas de nuestros días. Toda esta actividad se basará en el extraordinario y elevado consumo de tabaco entre la población del virreinato novohispano, llegando a la cifra de los 140 millones de pesos en el año 1806.

La transferencia de caudales entre territorios: el caso cubano
La Real Hacienda llevó una importante redistribución de los recursos fiscales entre los diferentes territorios de la Corona. La transferencia de fondos de las zonas más ricas a las más pobres, a través de una figura financiera de la época denominada situado (una figura equivalente a una letra del tesoro que estaba garantizada por la Real Hacienda, con atractivos intereses) favoreció el desarrollo de muchos territorios deprimidos, que consiguieron crear un tejido productivo propio que transformó la economía de aquellos lugares.

El mayor ejemplo de aquella política fiscal y económica se produjo en la isla de Cuba. A principios del siglo XVIII la isla era una estratégica base naval y comercial para el mundo hispano, cuyos campos estaban plagados de corrales (granjas y plantaciones de autoconsumo) y frondosos bosques con buenas y exóticas maderas, pero a pesar de ello, era un territorio deficitario fiscalmente para la Corona.
Con la llegada de las remesas procedentes de la Nueva España (el actual México), a consecuencia de las guerras que la monarquía tuvo que librar en aquella centuria, Cuba transformó su economía. Importantes inversiones públicas la convirtieron en la mayor base militar del Caribe, en especial la ciudad de La Habana, donde se construyó el mayor astillero y arsenal del mundo fuera del continente europeo. Pero fue en el campo cubano y a consecuencia de los enormes beneficios que obtuvieron las oligarquías locales, al convertirse en los principales prestamistas y contratistas de la Corona, quienes protagonizarán la mayor transformación del tejido productivo y económico de la isla, con el inicio de la producción azucarera que convertirá la isla en el mayor productor mundial ya en el siglo XIX.
En estos ejemplos se puede observar el peso que tuvo en la América española la fuerza laboral y asalariada que predominaba sobre otras modalidades practicadas en la misma época, como fue la esclavitud (muy difundida en los territorios de ultramar anglosajones y francófonos).
“Sería temeridad equilibrar la industria americana con la inglesa; estos audaces maquinistas nos han traído ya ponchos que es un principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña, estribos de palo dados vuelta a uso del país, sus lanas y algodones que a más de ser superiores a nuestros pañetes, zapallangos, bayetones y lienzos de Cochamba, los pueden dar más baratos, y por consiguiente arruinar enteramente nuestras fábricas y reducir a indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se mantienen con sus hilados y tejidos”. MARTÍN GREGORIO YAÑIZ (Síndico del Consulado de Buenos Aires. 1809)

Otro factor fundamental para el desarrollo de la industria o protoindustrialización en el territorio hispanoamericano fue el monopolio que la Corona estableció para el comercio con sus posesiones americanas y la prohibición para que estas no pudieran comerciar con otras potencias extranjeras. A pesar del intenso contrabando existente, fomentando por Inglaterra y apoyado por muchos sectores criollos, este monopolio originó indirectamente una política proteccionista y fomentó precisamente el establecimiento y desarrollo de unas industrias propias cuyos productos eran consumidos por la propia población americana, que los demandaba y que las industrias y talleres peninsulares no eran capaces de abastecer.
Es necesario señalar que la Corona de España nunca prohibió y sí fomentó la instalación de industria y talleres en la América española, al contrario que la Corona Británica, que durante el siglo XVIII y XIX desmantelaron los talleres textiles de la India para favorecer la poderosa industria textil británica. La industria hispanoamericana de aquel periodo acabará sucumbiendo y desapareciendo tras las independencias. La aplicación e imposición del libre comercio, que no protegió las producciones locales a principios del siglo XIX solo benefició el imperio británico y a sus manufacturas, así como a su sector financiero.

El final de aquel mundo
“Es un canto a la vida, una esperanza de felicidad; el lugar donde viven las personas más dichosas del planeta”. ALEXANDER VON HUMBOLDT (Viaje de un naturalista alrededor del mundo. 1800)
La llegada del siglo XVIII, el siglo de la Ilustración y de las dos revoluciones (la industrial inglesa y la francesa) fue para la América Española la cima de su desarrollo económico y cultural bajo el gobierno de la Monarquía Católica, en donde su población tuvo una aceptable calidad de vida.

Aquella última generación de hombres y mujeres (aunque el papel de ellas era más limitado) fueron los súbditos mejor preparadas e ilustradas. Pero irónicamente, sería esa generación, la que gestionaría el colapso y el derrumbe de aquel sistema político que había durado trescientos años. Fue el final del mundo que hasta entonces habían conocido.
Los porqués de aquel final -que derivó en una conflagración civil a nivel continental y que la historiografía oficial y decimonónica ha denominado guerras de independencia, pero que no fue más que una gran guerra civil hispanoamericana en la que americanos se enfrentaron contra americanos, con una exigua presencia de peninsulares (que en algunos casos participaron en el bando de los libertadores y liberales)- llevó a la definitiva desaparición del antiguo sistema político, a la balcanización de la unidad hispánica en América y a la posterior creación de una veintena de pequeños estados fallidos.
A todo esto se sumará el intervencionismo británico, que desde siempre ambicionó los territorios americanos de la Corona española (su gran rival y enemigo) ,de ahí el ingente esfuerzo económico y financiero que la monarquía católica debió realizar, especialmente en la última centuria (en el siglo XVIII) para proteger su extenso territorio, con la construcción de un ingente número de colosales fortificaciones defensivas que se repartieron por toda las costas del continente americano, así como la creación de un ejército permanente a partir de 1763, tras la Guerra de los Siete Años (que hasta entonces no existía en América) y de una poderosa Armada, que pudiera hacer frente a la amenaza británica. Pero todo esto es otra historia, que requiere una amplia y detallada narración que exponga todos los cambios producidos en apenas dos décadas.

“Nuestros ancestros son sólo una elección. Elegimos nuestros antepasados como elegimos nuestros nombres. Somos descendientes de quienes decimos descender no de quienes descendemos”. TOMAS PÉREZ VEJO (Historiador-investigador de ENAH y INAH de México. 2010)
Este humilde pero extenso artículo pretende dar a conocer una serie de datos históricos que son poco conocidos para el público en general. No se pretende ocultar los numerosos errores que son de sobra conocidos, incluso en muchos casos exagerados y difundidos como propaganda política para desacreditar una cultura, unas naciones y unos pueblos que generación tras generación se han creído dicha visión negativa, hasta el punto de repudiar sus orígenes y su acervo cultural.
El conocimiento real de ese pasado, con sus aciertos y errores, es fundamental para analizar nuestro presente y estar preparados para afrontar el futuro. Una Historia común que une a millones de seres humanos a ambos lados del Atlántico.