VICENTE PÉREZ
La vida tuvo su punto y final para Benigno Pérez en 2020 en el municipio tinerfeño de Icod de los Vinos. Pero este taxista jubilado, a sus 89 años, se despidió de sus seres queridos con su sueño cumplido: conocer sus raíces familiares.
Su historia dio la vuelta a España: tras más de tres décadas en Venezuela como emigrante, a su regreso a Tenerife logró reunir a más de 500 personas de su familia (de los más de 700 que localizó), a quienes encontró paciente, trabajosamente, durante años a partir de una antepasada común que descubrió en los archivos parroquiales de su pueblo: una campesina, su bisabuela, llamada Francisca Pérez Socas, nacida en 1.834. No pudo llegar más atrás en el tiempo.
En América, adonde emigró como tantos miles de canarios en busca de un mejor porvenir, sintió la magua de su tierra natal, de sus ancestros. En 1997, después de muchos años de pesquisas en busca de los descendientes de Francisca, los citó a todos en el barrio icodense del El Amparo. Allí se ofició una misa ante la histórica ermita de lugar y almorzaron juntos. Muchos de los asistentes se conocieron por primera vez, pues desconocían que pertenecían a ese árbol genealógico.
Pero Benigno no se quedó ahí: siguió buscando y buscando, y en 2016 convocó, a un nuevo encuentro, esta vez a 720 miembros de la gran familia Pérez. Los descendientes de Francisca, de los que habían fallecido 70 entonces, se encuentran en Canarias, en varias islas; en España (Galicia y Cataluña); y en países extranjeros como Venezuela, donde se cuentan por un centenar; Estados Unidos, Cuba, Colombia, Ecuador e Inglaterra, entre otros.

“Estamos desparramados por todo el mundo, y es muy digno rememorar a aquella humilde campesina que fue nuestro origen, y que tuvo tres hijos con un terrateniente de Icod, pero que no los abandonó, sino que les dio educación”, destacaba entonces Benigno. Supo que esa mujer ancestral era hija de José Madero, de quien solo sabe su nombre, donde ya se pierden las pistas de esta estirpe.
“Ver toda esta gran familia junta no tuvo precio, fue algo celestial, algo fuera del mundo, casi de los ángeles”, enfatizaba este hombre cuando vio su sueño cumplido.
Benigno, acompañado siempre de su esposa, Anselma, era un enamorado de la vida y eso le impulsaba a ser generoso con los demás, a contagiarles de ese impulso vital que mantuvo hasta el último momento.

Él, como afirmó en 2016, quería “demostrarle a Canarias, España y el mundo entero que todavía es posible unir a las familias, y que es necesario tener la sensibilidad y la fortaleza de buscar y acercar a los familiares y amigos, porque lamentablemente todo eso se está perdiendo”.
Apoyado en un gran laurel de la histórica plaza de La Pila, en Icod de los Vinos, cuando se aproximaba la fecha en que se iba a reunir por segunda vez con el enorme clan familiar, comentó con lágrimas en los ojos: “El árbol de los Pérez es aún más antiguo que este, y durará mucho más”.
Benigno averiguó que su bisabuela estuvo al servicio de un terrateniente de la localidad, con el que tuvo 3 hijos (2 varones y una mujer), a los que el padre no abandonó sino que les dio educación. A partir de ellos, indagó y buscó «muchas ramitas que hay por ahí» de ese árbol genealógico, del que tenía localizadas 10 generaciones, 5 anteriores a la de sus padres y las 5 posteriores a la suya.
Ese trabajo de investigación que definió como «continuo y muy lindo» lo comenzó al poco de regresar de Venezuela y escuchar en una conversación familiar con sus padres cómo planteaban hacer el árbol genealógico. Entonces, le entró «el gusanillo» de comenzar a investigar «por dónde habíamos salido» los Pérez, relataba entonces.
Los abuelos de Benigno llegaron a tener 19 hijos, lo que supone 38 tíos y tías entre directos y políticos. Así, no se olvida de esos «lacitos blancos» como denominaba a esos familiares políticos, que recuerda «son necesarios» para que la saga de los Pérez haya seguido creciendo y sumando generaciones que están «desparramaditas por todos los lados».
Y es que el día en que los reunió en El Amparo, sorprendió a todos con un enorme panel donde aparecía impreso el árbol genealógico de la familia, en el que cada miembro tenía un color distinto en función de su grado de parentesco con Francisca. Durante el acto, cada persona recibió un lacito con ese color en la solapa.

«No hay cosa más difícil que eso, que marcharse de su casa y no saber ni adónde uno va», evocaba Benigno mientras recordaba la dureza de la emigración. La vivió en primera persona en los años 50, cuando decidió viajar a Venezuela, dejando detrás a su entonces novia Anselma, con quien 4 años más tarde se casaría por poderes.
El matrimonio regresó a Tenerife en la década de los 80, tras más de 30 años en aquel país, donde tuvieron 4 hijos y vivieron «momentos muy felices» y dejaron «otra familia», de amigos y conocidos.
Unos meses antes de celebrar sus bodas de oro, en 1998, Benigno y Anselma (que tienen 4 nietos y un biznieto) convocaron esa primera gran reunión de los Pérez y casi dos décadas después quiso repetir la experiencia. De esa época, 2016, data el documental que ilustra este reportaje.

Ni que decir tiene que en esos más de 700 descendientes de aquella mujer del siglo XIX, dejó sembrada no ya una semilla, sino un árbol frondoso de identidad familiar. Para esta gran prole, reencontrarse y, en muchos casos, conocerse, fue un regalo inesperado.
El fallecimiento de Benigno en agosto de 2020 fue una triste noticia para los Pérez, aunque este hombre de gesto siempre risueño sobrevive en la memoria de esta familia como un faro que les ilumina el camino del pasado y el futuro.