NOELIA CAPOTE (PSICÓLOGA)
La mayoría de nosotros nos adaptaremos relativamente rápido a esta ya famosa “nueva normalidad”. Nos acostumbraremos a ir de nuevo a trabajar, a quedar con nuestros amigos sin rozarnos demasiado, o a ir a la playa siguiendo complicados laberintos en la arena para no cruzarnos con los demás.
Las colas para probarnos unos vaqueros o para conseguir mesa en esa tasca que tanto nos gusta, también aprenderemos a llevarlas con facilidad. Sin embargo, para algunos, las cosas no serán tan fáciles, y no lo serán porque hay situaciones a las que es muy difícil adaptarse: a las sillas vacías, a arrancar su coche de vez en cuando, al olor en esa almohada que cada día huele un poquito menos, al silencio en la casa de los abuelos o a ver la hora de su última conexión al Whatsapp.
Hace unas semanas me preguntaban qué pensaba sobre la nueva realidad que se nos presentaría después del coronavirus. Es una pregunta difícil de responder. Difícil porque de momento, solo podemos dar opiniones y hacer suposiciones de lo que podría ocurrir. Le respondí que creía que la gran mayoría de personas se adaptaría fácilmente a la nueva situación, pero que, para otras, supondría un punto de inflexión muy importante en sus vidas. Me refería por supuesto, a aquellas personas que en estos meses han perdido a algún ser querido sin poder despedirse de él, tanto si murió por el virus o por cualquier otra causa.
Mientras para muchos, el mayor reto de la cuarentena fue cómo planificar el día para no aburrirse en casa, o cómo conseguir que los niños se organizaran con las tareas del cole, para otros, no tengo duda de que han sido unos meses de auténtico infierno. Imagina a los que acompañaban en el hospital a un ser querido ya muy enfermo por cualquier motivo, cuando les dicen que tienen que irse a casa. O a aquellos que vieron cómo enfermaba algún familiar del que tuvieron que despedirse en la puerta de urgencias. O a aquellos otros que, con el alma en vilo, esperaban cada día a las dos en punto la llamada del médico para escuchar el parte del día. O a aquellos que, muertos de miedo, saltaron de la cama en mitad de la noche con el sonido del teléfono fijo de casa. Y cómo no, a aquellos que ni siquiera pudieron enterrar a sus seres queridos. Para todos ellos, esta nueva normalidad será lo menos normal del mundo.
Para los que no hemos sufrido ninguna pérdida, recuperar poco a poco nuestra vida es una actividad incluso reconfortante. Todo vuelve a estar donde lo dejamos, volvemos a ver a nuestros amigos, recuperamos nuestros trabajos, volvemos a abrazar a la familia, volvemos a ir al monte, a la playa, a tomar un café en una terraza… Todo sigue donde estaba, únicamente cambia el modo en el que debemos hacer algunas cosas. Pero, ¿y para los que sí hayan sufrido alguna pérdida? ¿Cómo van a recuperar ellos su vida, si en su vida después del confinamiento ya no está esa persona?
Para ellos, en ese primer reencuentro familiar habrá una silla vacía. O quizás no haya nadie a quien visitar en casa de los tíos. O puede que esa persona a la que llamaban tanto ya no esté al otro lado del teléfono para contarle qué tal ha ido la vuelta al trabajo. También es posible que sus abuelas no estén para decirles que esos kilitos de más de la cuarentena les sientan mucho mejor. La nueva normalidad para estas personas es como despertar del mal sueño de la cuarentena, para darse cuenta de que la pesadilla continúa. Muchos habrán tenido que volver a la vida real, para darse cuenta que de verdad esa persona ya no está. Mientras duró el confinamiento, seguramente muchas de esas personas no llegaron a asimilar del todo lo que había sucedido. Será ahora cuando las ausencias empiecen a brillar, con esa tremenda intensidad que brillan los vacíos que deja la gente que queremos cuando se va.
Perder a un ser querido, sobre todo si es una pérdida inesperada, es de los eventos más estresantes que puede sufrir una persona. Sin embargo, nuestra mente está preparada para ello. La mayoría de las veces elabora el duelo adecuadamente y terminamos por aceptar la pérdida.
Fases del duelo

Existen un gran número de teorías psicológicas que explican el proceso del duelo en los seres humanos. Una de las más conocidas es la teoría de Kübler-Ross, una psiquiatra suiza que estudió en detalle los procesos psicológicos implicados en la muerte, el duelo y los cuidados paliativos. Describió el duelo como una sucesión de 5 fases, en las cuales la persona va experimentando distintas emociones y estados a través del tiempo. No son fases necesariamente lineales, ni se viven de igual manera por todas las personas, ni todas ellas pasan por todas las fases, ya que la experimentación del sentimiento de pérdida es único e individual. Las fases que describe son:
1. Negación: estoy soñando, esto no me puede estar pasando, no puede ser… Nuestra mente se resiste a aceptar que la persona que queremos se ha ido. Rechazamos lo que ha pasado para intentar amortiguar el golpe de una noticia tan devastadora. Nos resistimos a creer que no vayamos a volver a ver a la persona que queremos. Estos sentimientos de negación e incredulidad nos dan un pequeño margen de tiempo para adaptarnos a nuestra nueva realidad.
2. Ira: ¿Por qué yo?,¿por qué tuvo que pasarle a él?, ¡no es justo! Una vez que somos totalmente conscientes de lo que ha pasado llegan los sentimientos de rabia y de frustración. Nuestro ser querido ha muerto y no podemos hacer nada para que eso cambie. También podemos buscar culpables de lo que ha pasado: nosotros mismos por no haber evitado de alguna manera dicha muerte, los médicos, las circunstancias… Expresar esta ira nos ayudará en el posterior proceso de asimilación.
3. Negociación: ¿Y si hubiera llamado antes a la ambulancia?, ¿y si hubiera dejado de fumar antes?, ¿qué hubiera pasado si le hubieran hecho antes la biopsia? Nos concentramos en lo que se podía haber hecho de manera distinta para evitar la muerte de nuestro ser querido. Seguimos anclados en el pasado buscando posibles soluciones a posteriori de lo que ya no tiene solución.
4. Depresión: ¿Qué voy a hacer sin él?, lo extraño, ¿cómo voy a vivir sin él? Comenzamos a aceptar la situación, sentimos miedo e incertidumbre. Dejamos de mirar tanto hacia el pasado y nos concentramos en el ahora, en los sentimientos de dolor y vacío del presente. Sentimos que esta etapa durará para siempre, pero es una parte más del duelo, una parte también necesaria para llegar a la resolución del mismo.
5. Aceptación: Aceptamos que nuestro ser querido se ha ido y que a partir de ahora la vida sin él será nuestra nueva vida. Le seguiremos echando de menos pero aprenderemos a convivir con su ausencia. Poco a poco vamos retomando nuestra vida y volviendo a experimentar emociones agradables.
Particularidades de este tipo de duelo
Si ya es doloroso perder a un ser querido, imagina que esto suceda en una situación tan peculiar como la de los últimos meses. En circunstancias tan difíciles, los duelos pueden convertirse en duelos complicados o de riesgo. Las pérdidas experimentadas durante este confinamiento han tenido ciertas particularidades que las hacen especialmente complejas:
- Los familiares no han podido despedirse de sus seres queridos ni acompañarlos en sus últimos momentos. Esto puede generar sentimientos de culpabilidad y de impotencia.
- Al no poder estar presente en esos últimos momentos, se dificulta el proceso de comprobación o constatación de la muerte, lo que hace que el periodo de negación y de incredulidad sea más complejo de superar.
- Las personas que han perdido a un familiar han tenido que sobrellevar la pérdida encerradas en casa, sin posibilidad de apoyos sociales o familiares que ayuden en momentos tan duros.
- Algunos de los familiares al mismo tiempo han tenido quizás que lidiar también con la pérdida de su propia salud por estar también contagiados.
- No han podido acudir a entierros ni funerales, ritos importantes en nuestra cultura a la hora de asimilar las pérdidas.
- Muchas muertes han sido inesperadas, en personas que antes del virus estaban relativamente estables. Este tipo de muertes implica una peor aceptación que las muertes que en cierta manera llevamos años esperando.
- Algunas personas pueden estar sufriendo fuertes sentimientos de culpabilidad por considerarse responsables de haber contagiado a su familiar fallecido.
Pautas para sobrellevar estos momentos
- Expresa tu dolor. Habla de tu pérdida, desahógate con familiares y amigos si lo necesitas. No reprimas tu sufrimiento. Escribe cómo te sientes, no te “tragues” tus emociones negativas. Llora, grita y enfádate con el mundo si te apetece.
- Si no pudiste despedir a tu ser querido, organiza un ritual o ceremonia especial donde asistan las personas que te hubiera gustado que estuvieran en su funeral. Si lo necesitas, prepara unas palabras de despedida para él.
- No tengas prisa por decidir qué haces con sus cosas. Cuando estés preparado, toma la decisión que creas más oportuna.
- Intenta poco a poco recuperar tus rutinas y volver a las actividades que antes te gustaban. Mantén a raya tus expectativas, no esperes de entrada disfrutar de ellas como lo hacías antes de que tu ser querido falleciera.
- No compares tu proceso de duelo con el de los demás. Cada uno de nosotros es único y tiene una manera diferente de manejar las emociones.
- No pierdas el contacto con la gente que te quiere. Apóyate en ellos si los necesitas.
- No te sientas culpable por intentar continuar con tu vida. Eso no significa que le quieras menos ni que vayas a olvidarte de él.
- Si el dolor no es manejable e interfiere significativamente en tu vida, no lo dudes, busca ayuda profesional.
“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.” (François Mauriac)