PABLO ZURITA ESPINOSA
Ingeniero agrónomo
La movilización por hartazgo, mucha regulación europea y maltrato del mercado. Todo mal, gritan.
Para los franceses los tomates de Almería son el problema, para los españoles, los de Marruecos, y para todos, la gran distribución que se forra. Pero no sabemos en qué medida, falta datos. Respecto al comercio de alimentos Europa disfruta de una sanísima competencia cuyos resultados económicos están a disposición. En la logística tanta o más competencia por el incremento de la venta on-line. Cuando hay competencia, sujeta a una idéntica estructura de costes, ella misma se encarga de que ninguno abuse.
Y en la producción primaria, también influida por la tecnología y la competencia pero con su particularidad. Porque la sociedad –diga la opinión pública– no permite que la dinámica de mercado acabe con la forma de vida de cientos de miles de ciudadanos europeos que se dedican al agro. Somos eso, del campo venimos. No estamos dispuestos a que se lleven por delante nuestra esencia ancestral: una declaración emocional no publicada.
Aunque la Política Agraria Comunitaria se fundamenta en principios racionales, sin espacio para sentimientos: compromiso, cumplimiento de múltiples requisitos, revisiones antifraude, incluida toda la batería de objetivos para el desarrollo sostenible y del pacto verde. Bruselas apoquina por algo a cambio, transformado el campo, al fin, en parque temático.
Pero solo en parte, porque los burócratas no se atreven a prescindir de la economía de mercado por mucho que la producción primaria se sustente con dinero público, el gran dilema: abrimos la comercialización al mercado mundial pero pagamos para compensar nuestros más elevados costes de producción, compite, compite con ventaja pero compite. La cohesión con los terceros países vía grandes multinacionales y la mejora de las condiciones sociales allende los males la dejamos para otro momento. Ganan siempre los mismos, no sé si usted albergaba alguna duda.
Como consumidores en nuestra mano está perpetuar la actividad agrícola y ganadera de cercanía si estamos dispuestos a pagar ese diferencial de precio, ¿lo estamos?
En esta dualidad está el pecado original, porque no todos los operadores dentro de la Unión funcionan igual. Porque hay sobrecostes por partida doble o triple en función de factores reales e inalterables, como el aislamiento, la distancia, el relieve, el clima, la ultraperificidad o el envejecimiento. Porque además la comercialización se complica con grandes corporaciones, cooperativas y pequeños productores que intentan competir en una imposible coexistencia pacífica. Porque el mecanismo de la oferta/demanda funciona bien, pero no es perfecto.
Cerrar fronteras funcionaría, claro, que entre solo lo que haga falta. Sin los precios bajos del mercado mundial, los productores europeos tendrían al conjunto de consumidores para ellos solos, con nuevas oportunidades para cultivos que ahora resultan económicamente inviables: el resurgir del sector, eso sí, a costa de una importante subida de la cesta de la compra.
Esto no va a ocurrir. Hay demasiados intereses en juego. Intereses financieros y empresariales, europeos en esos terceros países y de los fabricantes de coches, de software, farmacéuticas, …mal que nos pese, el sector primario es lo que es. En cualquier caso, como consumidores podemos demostrar que nuestro amor por lo rural no es impostado, en nuestra mano está perpetuar la actividad agrícola y ganadera de cercanía si estamos dispuestos a pagar ese diferencial de precio, ¿lo estamos?
BLOG DEL AUTOR: https://pablozurita.blogspot.com/