E
l problema no es el fin del mundo, ni las evidencias científicas, ni la ocurrencia frecuente de lluvias torrenciales, ni los virulentos huracanes y tifones que arrasan con poblaciones enteras. El problema no son las erupciones volcánicas, los maremotos, los terremotos o la severidad de los efectos del cambio climático, los terroríficos incendios forestales, las perdurables sequías con una vaca famélica a punto de morir como figurante de la imagen, mientras suenan las cuatro estaciones de Vivaldi de fondo. El problema es la demoledora inoperancia, la práctica incompetencia de los despachos políticos, la usura psicópata de los grandes poderes del dinero y del mercadeo y una constelación, no sé si tan numerosa, de periodistas cortesanos al servicio de expeditivas fuerzas del egoísmo, la mezquindad y el individualismo, vendiendo su silencio al mejor postor.
El dinero del gran proyecto empresarial faraónico con la promesa de empleos baratos, la política al servicio de las expectativas de negocio y una prensa servil y entregada. Ellos son el poder absoluto, actores glamurosos que desarrollan su ponderable labor al calor de un superego de actores de Hollywood. Trabajan para para alcanzar un crecimiento sin límites, porque en Las Vegas, todos los bienes son infinitos y se vive de lujo bajo el flujo exitoso del más encendido capitalismo.
Ellos son el poder sin grietas, por mucho que insistan con lo de la democracia y la urna cada cuatro años. Al otro lado, en una lejana orilla, estamos nosotros; pueblo llano, raso, defectuoso y virtuoso a la vez, normal, cobarde, huidizo, sumiso y conformista, ñoño y amigo incondicional del espíritu doctrinario. No hay cosa más divertida que asistir al enfado de las clases trabajadoras (que son una amplia mayoría) cuando se enervan ante los desmanes de los gobernantes, creyendo que están asistiendo a una contienda futbolística entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona.
Nosotros somos los que sostenemos la vidorra de los que un día te robarán tu derecho a la asistencia sanitaria como hasta hoy la has conocido, alegando que el cinturón de protección social es insostenible. Los que deciden sobre tu vida y reparten la tarta del presupuesto nacional, van a tratarse de una feroz dolencia a una clínica privada lejos de las listas de espera que ellos, con su negligente falta de imaginación, crearon. Sugieren, cuando no imponen, la prolongación de la vida laboral hasta casi los 70 años y, por lo tanto, niegan, al grueso de la población cotizante el acceso a la maravillosa segunda juventud del jubilado.
Estas evidencias, perogrulladas que ve hasta el ciudadano más despistado, provocan que los aludidos miren para otro lado o te acusen de comunista, vago o populista charlatán, y ya no digo si cometes la ingenuidad de decir que lo que hay que hacer, de una santa vez, es decrecer si queremos que el planeta en el que vivimos nos dure, habitable, un poco más.
Nuestra forma de vivir hace tiempo que es insostenible para nuestro cuerpo y nuestra mente, zarandeada por la exposición incesante a una realidad siempre negra, sucia, violenta y catastrófica, en la que abundan los relatos de enfermedades, dolencias, conflictos, traiciones y miedos gigantes y desproporcionados. Estamos en el periodo de gracia de una prórroga que tendrá un dramático final. Soy, irremediablemente, un apocalíptico. Si mañana se desprende una llamarada del Sol y atraviesa la magnetosfera, esa membrana profiláctica que mantiene a salvo nuestro planeta, y termina por calcinar el avanzado entramado de telecomunicaciones; el sacrosanto templo electrónico, que acoge bajo su cúpula a miles de millones de habitantes del planeta, quedará tocado de muerte. Se llama tormenta solar y dirán, directamente, que eres un lunático.
Cuando las lluvias vayan desapareciendo y la sed del desierto transforme el terreno, cada día menos vegetal y frondoso, en una extensa y sinuosa duna, los que negaron el futuro que se está empezando a transformar en presente y sostuvieron discursos ambientalistas mientras defendían la necesidad de continuar con la política del desarrollo descontrolado, estarán ya, y a toda prisa, haciendo negocio en la Luna.
Asistí a un drama de difícil deglución, al comprobar la manera en la que la desfachatez política se supera a sí misma por enésima vez. Los mandamases, que aquel 19 de septiembre negro estaban al frente de la nave del consistorio insular palmero (véase cabildo), abandonaron a su suerte a cientos de vecinos poco antes del gran estallido del volcán de La Palma. Cuando ves tremendo desprecio a valores tan elementales que uno ya había dado por sentados e inquebrantables, la confianza queda letalmente herida. La opacidad reina como un monarca absolutista. Todo lo demás, es un burdo relato oportunista.